Diácono Javier Gómez, SSP.: “¿Y qué quiere Dios de ti?”
Esta pandemia nos está moviendo hacia consecuencias inesperadas: todos estamos viendo cómo nuestras seguridades se ven afectadas, en especial proyectos a futuro, y ahorros, en especial los más pobres en su subsistencia diaria. Bien sabemos que uno de los principales atractivos del ficticio valor que le damos a ese papel, llamado dinero, es que nos da sensación de “seguridad”.
¿Qué podemos hacer, en especial cuando muchas voces pronostican que es probable que el retorno no sea a la fecha calculada sino que, lamentablemente, deberá prolongarse? San Francisco de Asís decía: haz lo posible, y que Dios te ayude en lo imposible. Detrás de toda historia de pandemia está también la de gente que se apoyó en la fe, y la de milagros e intervenciones divinas, portentosas, que nos dejaron devociones que prosiguen hasta hoy. Se dice que un pueblo que ignora su historia está condenado a repetirla. La historia de la fe también merece y debe ser recordada. Entre los principales mandatos que le dieron al pueblo de Israel estuvo el de mantener vivo el recuerdo de cómo obró Dios prodigios para sacarlos de su esclavitud en Egipto, elemento que incluso pasó a ser parte de su identidad: el llamado a escuchar y recordar lo que Dios obró por ellos.
En vez de preocuparnos porque nuestros ahorros se agotan, recordemos que Dios es providente “Yavé no quiere que el justo padezca hambre, pero deja a los malvados insatisfechos” (Prv 10,3). En lugar de preocuparnos por las cosas que pensábamos hacer, preguntémonos, con humildad y actitud de escucha: ¿qué quieres, Dios, de mí? En vez de preguntarnos por lo que no podemos hacer, preocupémonos por evaluar si aquello que sí podemos hacer lo estamos haciendo: ¿oramos lo suficiente? ¿Dedicamos un tiempo para leer la Biblia, el Catecismo de la Iglesia Católica o su Compendio de la Doctrina Social, ¿hemos escuchado lo último que dijo el Papa, Vicario (representante en la Tierra) de Cristo, y lo hemos hecho como si fuese Cristo mismo quien lo dice? En vez de pasar un vídeo de un minuto sobre algo “gracioso” pero tal vez pecaminoso, puedo dedicar ese mismo minuto a leer algo que me instruya. ¿Estoy ayunando de aquello que me hace daño?
Pasada la tormenta, el malo ha desaparecido, pero el justo permanece para siempre (Prv 10,25). Muchos publican sobre el hecho de que se puede aprovechar el tiempo para hacer estudios, eso no está mal, pero también es bueno recordar que, al final de nuestras vidas no seremos juzgados sobre cuan “productivos” fuimos en acumular títulos, sino en cuánto hemos amado: Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor (San Juan de la Cruz). Anímate entonces, querido lector, a pedir a Dios que te enseñe qué quiere de ti, y en buscar los medios espirituales para conocer su voluntad. Amar siempre es posible, solo es cuestión de salir de nosotros, de nuestros miedos y pedir a Dios que nos ayude a encontrar las formas que se nos son inmediatamente posibles para hacerlo. Dios te bendiga. Feliz cuarentena en el amor.
(Autor: Diácono Javier Gómez Graterol, SSP)