Seguidores del Cordero, Maestro y Mesías
Reflexión Dominical
Domingo II del Tiempo Ordinario
Pbro. José Cervantes
El seguimiento de Jesús
La identidad de Jesús se va desvelando poco a poco a lo largo de cada Evangelio, a partir de la contemplación de sus obras y palabras, y especialmente a partir de su muerte en Cruz y su Resurrección. El evangelista Juan, sin embargo, no espera hasta el final para mostrar lo que los discípulos percibieron y encontraron en Jesús, componiendo una escena entrañable. El bautista presenta a Jesús en el fragmento de hoy, en primer lugar, como el Cordero de Dios, del cual había dicho antes que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), pues Jesús se ha sumergido con su bautismo en el mundo del pecado para cargar con el pecado, destruirlo con su muerte y vencerlo para siempre con su vida; en segundo lugar, como Maestro con el cual hay que convivir, si se quiere ser un verdadero discípulo; y después, como Mesías, el Ungido por Dios. El seguimiento de Jesús es el tema dominante que marca el perfil de los discípulos. De este seguimiento deriva la vocación a la nueva identidad y misión que emana del encuentro con Cristo. Pedro, llamado por Jesús con el nombre de Cefas – Piedra, lo pone de manifiesto. Al comienzo de este año cada uno de nosotros está llamado a descubrir progresivamente a Jesús y a descubrir nuestra identidad como discípulos suyos.
El símbolo del Cordero Pascual
El Cordero de Dios (Jn 1,29.36) es un término simbólico precioso, creado por Juan a partir de distintas figuras y textos del Antiguo Testamento, recogidas en otros lugares del Nuevo Testamento (Is 53,7, cf. 1 Jn 2,; Ex 12,5.7; cf. 1 Pe 1,19; 1 Cor 5,7); Gn 22,2.13; cf. Rom 8,32; Jn 10,11.15; Apo 5,6.12; 13,18; Apo 7,17; 7,14, etc.). Sin embargo, quisiera iluminar un poco más la imagen joánica del Cordero Pascual desde el sentido redentor que tiene éste en 1 Pe 1,19. Allí la comparación de Cristo con el cordero sin defecto remite a la celebración de la Pascua en Ex 12,1-14 y presenta el acontecimiento del rescate de las personas gracias a la sangre preciosa de Cristo.
Liberados de todo atavismo por la sangre del Cordero
Según 1 Pe 1,18, los creyentes, gracias a la sangre de Cristo, como Cordero pascual, han sido liberados de un estilo de vida absurdo para vivir en una situación radicalmente nueva, la vida que brota de la regeneración mediante la resurrección de Cristo. El tipo de vida del que se han liberado los cristianos había sido calificado en 1 Pe 1,14 como un tiempo de ignorancia, pues no eran conscientes de la liberación que había tenido lugar mediante la pasión y resurrección de Cristo, como tantas veces nos ocurre a nosotros mismos. La conducta correspondiente al tiempo de la ignorancia es calificada como absurda y atávica, es decir, con formas de vida heredadas de los antepasados, arcaicas, anacrónicas y sin sentido. Se refiere, sin duda, a toda la falsedad, la hipocresía, el engaño, la envidia, la maledicencia (1 Pe 2,1) y todo tipo de libertinajes, borracheras, comilonas, orgías e idolatrías nefastas (1 Pe 4,3).
Liberados del pecado por el Cordero de Dios
Hemos de tomar conciencia de que Jesús es quien nos libera de tanta ignorancia y además quita verdaderamente el pecado del mundo, desde el pecado más personal al más estructural, puesto que todo pecado aniquila al ser humano. Las ansias de poder, la envidia, el egoísmo, la avaricia, la lujuria, todos los pecados capitales generan corrupción, violencia, mentira, injusticia y desigualdad. Frente a las ideologías que atentan contra la vida, la libertad y la dignidad de las personas, contra todas las ideologías excluyentes, racistas y xenófobas, los creyentes sabemos que nuestra palabra, una palabra solidaria con todos los que sufren, especialmente si ésta va acompañada del sufrimiento por la causa del Evangelio, es una palabra que muestra a Jesús, que lleva al encuentro con Cristo y comunica la presencia del Resucitado y así hace partícipes a los seres humanos y a los creyentes del misterio de Cristo, Cordero de Dios que nos libera y nos llama a seguir sus huellas.
La transformación definitiva de nuestro cuerpo
La lectura paulina (1Cor 6,13-20) está centrada en la transformación personal que lleva consigo la vinculación de nuestro cuerpo al cuerpo de Cristo y nuestra pertenencia a Dios. El cuerpo humano es la persona en toda su integridad, vista desde su capacidad de relación con los demás. El cuerpo es el “yo” que se comunica, que está en relación con los otros. Y dado que desde el bautismo ya estamos vinculados a la persona de Cristo, nuestra identidad personal, nuestro cuerpo y nuestras relaciones personales deben estar impregnados por el Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
El cuerpo como don de Dios
Sobre el tema del cuerpo hay varios aspectos que destaca este fragmento paulino: 1) el cuerpo es un don de Dios y por tanto no nos pertenece a nosotros mismos, 2) por nosotros Cristo ha pagado un precio con su muerte, y nos ha liberado del sometimiento al mal, al pecado y a la muerte, 3) el cuerpo es templo del Espíritu Santo y 4) Dios, que resucitó al Señor Jesús, nos resucitará también a nosotros. Por eso la vocación cristiana más profunda es la de vivir en el amor, uniéndonos al Cuerpo de Cristo. Como el cuerpo de Cristo es un cuerpo de amor, un cuerpo que se entrega y que se hace don para los demás y por los demás, así los cristianos hemos de ser cuerpos que se entregan a servir y ayudar a los demás. El de Cristo es el Cuerpo eucarístico: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” (Lc 22,10).
La vocación cristiana a ser cuerpo entregado
Desde esta perspectiva de amor y de donación no cabe en la existencia cristiana una vida de lujuria y de frivolidad. La intimidad más profunda y misteriosa del cuerpo humano en su dimensión relacional es la sexualidad, que, desde la pertenencia mutua, del cuerpo al Señor y del Señor al cuerpo, está llamada a vivirse como donación y entrega en el amor más gratuito, desinteresado y auténtico y que tiene su fuente en el amor eucarístico. De ahí que todo comportamiento sexual que no tenga como motivo y como objetivo la vivencia del amor, de la donación íntegra de la persona en el respeto y agradecimiento al otro como un don que pertenece a Dios, es porneia, lujuria e inmoralidad, es decir, uso, abuso, instrumentalización egoísta, explotación y cosificación de la persona, de la otra persona y de su intimidad o de la propia, todo lo cual dista mucho de la gran vocación cristiana y eucarística a la que hemos sido llamados, tanto en la entrega matrimonial como en la entrega del celibato.
José Cervantes Gabarrón,
Sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura