Javier Gómez Graterol: “Ser ‘grandes’ para el mundo”

La Biblia se pregunta, principalmente en el salmo 8: ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿qué es el hijo de Adán para que cuides de él? Un poco inferior a un dios lo hiciste, lo coronaste de gloria y esplendor. Has hecho que domine las obras de tus manos, Tú lo has puesto todo bajo sus pies (ver también pregunta similar en, Sal 144,3; Job 7,17).

Luego Jesús hace una pregunta, que bien analizada, contiene una gran profundidad: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?» (Lc 9,25; Mc 8,36). Tal y como está formulada esta pregunta, contiene el reconocimiento tácito de Jesús de que el hombre “puede ganarse el mundo entero”, lo que hace es preguntarse ¿de qué le sirve? Que este reconocimiento, de lo que el hombre puede hacer, haya venido de, nada más y nada menos que Jesús, el Dios hecho hombre, dice mucho.

Actualmente una de las tentaciones más difundidas es la del satanismo luciferino: el engaño del ángel caído que quiso darle luz a los hombres, cual Prometeo cuando robó el fuego, y por ello fue condenado, pero que ahora quiere retornar a darle luz al hombre, la del conocimiento de cosas secretas, para “engrandecerlo”.

El mundo está lleno de casos documentados de gente que ha “vendido su alma al diablo”, para alcanzar la grandeza en algunos aspectos de su vida. El satanismo luciferino se presenta como uno de los más “intelectuales”, “ilustrados”, ya que su principal oferta suele ser el “conocimiento superior” o destacar en algo sobre los demás. Generalmente los seguidores de Lucifer suelen ser los más argumentativos en cada una de sus razones para no creer en Dios.

La cosa es que, esta aspiración a la grandeza, desde el punto de vista humano, tienta a más de uno. Se puede llegar a ser grande a los ojos de los hombres, y ganarse el mundo entero, pero el precio a pagar es el que Jesús nos recrimina: perdernos a nosotros mismos. También Él nos propone cuál es “su” solución: “Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,26).

Somos criaturas diseñadas para sentirnos completas en Dios, cualquier otra cosa con la que pretendamos llenar este vacío será efímera y luego nada en la eternidad. Todo bien que hagamos aquí, toda caridad practicada durará eternamente. Con nuestro libre albedrío podremos inclinar la balanza, tenemos el aquí y el ahora para decidir. Iniciada la cuaresma, podemos dedicar este lapso de profundización en lo espiritual para preguntarnos cómo está nuestra búsqueda de “reconocimiento”, “prestigio”, “aprobación social”. Eso dará cuenta de nuestra autoestima, pero también de nuestro amor a Dios y cuánto estamos haciendo para cultivarlo.

(Autor: Diácono Javier Gómez Graterol)