José L. Caravias, S.J.: “La fe ante el coronavirus”
Dios no castiga ni prueba a nadie: Respeta, se solidariza, ayuda…
La invasión mundial del coronavirus está haciendo resonar sirenas estridentes de alerta máxima en todos los cerebros humanos. Nunca antes el homo sapiens había sufrido algo tan universal y tan consciente. Se nos informa metódicamente de los infectados y los muertos a escala planetaria. ¡Aplastante información masiva! Y las consecuentes sobredosis de angustias y obsesiones.
Ante tantos sufrimientos y tantos miedos acumulados saltan con fuerza interrogantes hirvientes: ¿Quién es el responsable de tanto desastre? ¿Hasta dónde durará? ¿Es todo esto un castigo de Dios? ¿Es verdad que Dios nos está probando? Así lo afirman algunos muy serios personeros religiosos.
¿O son los chinos los culpables? Algunos hasta afirman que con fines inconfesables el virus ha sido creado en laboratorios especiales. O es consecuencia de una imprudente manipulación de la Naturaleza, como, por ejemplo, de los murciélagos. La realidad es que la pandemia nos está pisoteando a todos. Y que no sabemos cómo combatirla. Lo único que sabemos hacer es aislarnos, pues el poder de contagio es imperativo. El mundo entero vive obsesionado con no tener contactos.
¿Sirve la oración ante esta catástrofe? Por supuesto que sí, pero aclarando a qué Dios nos dirigimos. En primer lugar tenemos que rechazar la idea de que se trata de un castigo de Dios, al que hay que suplicar que tenga misericordia de nosotros y deje de castigarnos. Así lo predican diversos sacerdotes y movimientos religiosos fundamentalistas. Esas personas se estancaron en el Antiguo Testamento. No han llegado al Dios de Jesús, expresión máxima de la misericordia. El Dios de Jesús es siempre enteramente bueno, incapaz de desencadenar crueles castigos.
El Dios de Jesús no es todopoderoso fuera de los ámbitos del amor. Él no puede hacer el mal a nadie. Y esta pandemia es terrible para muchísima gente. Él no la provocó. Eso es imposible porque Dios es Amor, y el coronavirus no tiene nada de amor. Es cruel y ciego…
¿De dónde viene entonces el contagio? A ciencia cierta no lo sabemos. Pero surgen serias sospechas de que provino de una mala manipulación de la Naturaleza. Pero de ninguna forma como castigo de Dios. No puedo creer en un dios capaz de castigar así a la humanidad. En ese punto soy ateo.
¿Qué papel entonces desempeña Dios ante esta pandemia? ¿Cómo se comporta? ¿Le podemos pedir su ayuda?
En primer lugar tenemos que ser conscientes de que Dios respeta a la Naturaleza que él mismo creó. Respeta las energías que él mismo le infundió. Pero si nosotros no respetamos esas energías, este pequeño planeta azul castiga a sus trasgresores. Hemos destrozado la capa de ozono que nos defendía. Las selvas las estamos convirtiendo en desiertos. Los hidrocarburos, sacados de las entrañas de la Tierra, asfixian a nuestra atmósfera. Por todos lados pululan gérmenes que desarrollan los genes cancerígenos. Realizamos manipulaciones genéticas imposibles de controlar a la larga. ¡Irracionalmente culpamos a Dios de muchos de nuestros males siendo nosotros los irresponsables!
Dios respeta la libertad humana, que él mismo nos otorgó, como condición indispensable para poder amar… Si los humanos nos empeñamos en realizar disparates, él no nos ataja: nos respeta con pena…
Dios creó autónomo al Universo que evoluciona siempre hacia adelante y hacia arriba, según las energías que él mismo le otorgó. El Creador es tan maravilloso ingeniero que no tiene que estar a cada rato dando órdenes nuevas para que su Creación siga funcionando o para que cambie su funcionamiento. El mundo es sabiamente automático, relativamente autónomo. Por eso es absurdo pedirle a Dios que meta su mano en la Naturaleza y cambie por un momento algunas de sus fuerzas motrices. Que las placas tectónicas choquen entre sí y produzcan un terremoto es algo normal, y sería incoherente pedirle a Dios que mi casa, que está en la zona, no sea dañada. Lo mismo de absurdo es esperar que a mí no me tocará el coronavirus porque pongo mi confianza en Dios… ¡Si toco zonas infectadas me infectaré yo también, por más fe que presuma tener!
Dios no es un mago; no cura por magia. No está sordo, ni vive aislado; no hay que hincharle para que nos atienda. Ni mucho menos, Dios es cruel. Creer que esta pandemia la ha enviado Dios para castigarnos o corregirnos es fomentar el ateísmo, pues un Dios así no existe.
¿Para qué entonces sirve la fe en Dios? Para mucho. Dios no mata coronavirus, pero sí puede ayudarnos a que nosotros venzamos su invasión. La fe en Dios nos hace conscientes y solidarios. Nos hace respetar a la Naturaleza. Pulveriza el miedo y el desánimo. Ilumina las mentes de los científicos para que puedan desarrollar vacunas eficaces. Fortalece al “personal de blanco” para que se mantengan en pie, superando cansancios y desánimos; y los ilumina para que su atención cercana sea siempre eficaz. Da esperanzas y energías a las familias con enfermos. Y a los que han perdido a seres queridos la fe los consuela aceptando que Dios los ha recibido y les ha otorgado la plenitud de su ser.
Jesús afirma que él sufre con los que sufren. Está íntimamente cerca de las víctimas del coronavirus. Ser consciente de ello es muy importante. Y espera que los no infectados sepamos atender con cariño y eficacia a toda persona enferma, viendo en ella al mismo Jesús.
Hoy honramos a Dios quedándonos en nuestras casas, evitando así que este virus, tan sutil, pueda pasar de unas personas a otras. Dios no quiere que nos infectemos, pero necesita que seamos responsables evitando todo tipo de contagio. Hoy honramos a Dios lavándonos a fondo las manos…
José L. Caravias, S.J. (PAR)