Mándame ir hacia Ti andando sobre el agua

Evangelio – Reflexión Dominical
Mons. Jesús Pérez Rodríguez OFM

EVANGELIO

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     14, 22-33

    Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
    La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
    Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
    Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
    «Ven,» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
    En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».

Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

El domingo pasado reflexionamos sobre la multiplicación de los panes y los peces que Jesús realizó para alimentar a miles de personas que, ávidas de escuchar al Maestro, le seguían desde hacía unos días. En el evangelio de hoy, Mateo 14, 22-33, se cuenta cómo Jesús se fue solo a orar, para encontrarse a solas con su Padre. También nos habla sobre la tempestad calmada, cuando las olas y el viento del lago sacudían y hacían casi zozobrar la barca de los discípulos. Dos aspectos a reflexionar: el ejemplo de Jesús que ora a solas, conversa con su Padre, y la barca zarandeada por la tempestad a la que concurre Jesús para librarlos de este incidente desagradable, en que Jesús anima a los suyos para que crean en Él.

La primera lectura de la misa de hoy, en el primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a, le da una preciosa lección al profeta Elías. Él está huyendo. Al llegar al monte santo, Horeb, quiere tener la experiencia de la presencia de Dios. ¿Cómo se le aparecerá ahora el Señor? Aquí le espera la lección. Como Elías está en la cueva del monte, sucede un huracán muy violento, pero el Señor no está en el huracán. Luego sucede un tremendo terremoto, pero el Señor no está ahí… Finalmente se siente una brisa tenue, y ahí sí, ahí se manifiesta el Señor y le hace oír su voz. En vez de “brisa tenue”, algunos piensan que habría que traducir “el rumor de un silencio”. Jesús, después del milagro de la multiplicación de los panes, se retira al silencio para estar con su Padre a solas. Hay que cultivar el silencio en nuestras vidas.  Dios es imprevisible. Nos prepara muchas sorpresas. A Dios nadie le puede programar con ningún ordenador. A Elías le enseña Dios a calmar su temperamento y a suavizar sus métodos.

Mientras oraba Jesús, los discípulos navegaban, luchaban contra la tempestad. Algún escritor cristiano vio en esto un rico simbolismo. Jesús está junto al Padre en la eternidad, simbolizada por la orilla, la tierra firme. La iglesia, en cambio, continúa expuesta a las tormentas de alta mar, símbolo de las tormentas de la historia. “De madrugada” o, como dice el texto original, “en la cuarta vigilia”, que vendría a ser entre las tres y las seis de la mañana, Jesús salió al encuentro de sus discípulos, caminando sobre las aguas. Su inesperada aparición, en semejantes circunstancias, llenó de miedo a los discípulos. El Señor les mandó tranquilizarse. Esto fue una orden.

El apóstol Pedro, en su consabida impetuosidad, pidió la prueba de un milagro: “Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas”. Jesús, inmediatamente, le dijo: “Ven”, y “Pedro -prosigue el evangelista Mateo-, bajando de la barca comenzó a caminar en dirección a Él”. Todo iba bien hasta que “al ver la violencia del viento”, Pedro “tuvo miedo” y comenzó a hundirse. En semejantes circunstancias invocó la ayuda del Señor, que le tendió una mano salvadora. Todo iba bien hasta que Pedro tomó conciencia de la situación y se centró en sus propias fuerzas, olvidando la voz que lo había impulsado a dejar la barca; por eso comenzó a hundirse. Aprendamos la lección.

Sucre, 9 de agosto de 2020

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre