Monseñor Jesús Pérez: “La Palabra juzga nuestro bautismo”
La Palabra de estos tres últimos domingos de Cuaresma viene juzgando nuestro bautismo. A ver si lo hemos descubierto o no, si lo vivimos o lo tenemos muerto. Toda la Cuaresma está en torno a revivir nuestro bautismo al finalizarla, en la Vigilia Pascual. Juicio sobre el agua, juicio sobre la luz, juicio -hoy- sobre la vida nueva inmortal. Juicio sobre el Espíritu de hijos de Dios. ¿Qué hacemos ahora de todo eso que se nos infundió en el día grande del bautismo?, ¿lo hemos llegado a conocer a fondo, somos conscientes de ello, lo vivimos o no? ¿O duerme todo oculto, ignorado, olvidado o muerto en el fondo de nuestro ser? Estas preguntas no son inútiles que nos las hagamos, sobre todo cuando el sábado santo, en la Noche Santa, vamos a revivir los compromisos que nacen en nuestras vidas el día del bautismo. No lo dudemos, san Pablo nos dice claramente que en el bautismo hemos recibido el don del Espíritu. Así también afirma que el que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Afirmación que nos hace pensar mucho.
Jesús resucitó a su amigo Lázaro, sacándolo del sepulcro en el que yacía desde hacía cuatro días. Aprovecha Jesús esta circunstancia de haber resucitado a un muerto para proclamar sin ambigüedades: “YO SOY LA VIDA”. ¡Con cuánta frecuencia se llaman los enamorados “amor” y “vida”! ¿Lo dijimos alguna vez? ¿Nos lo dijeron? ¿Qué quiere decir? ¿Qué se ha de sentir, para que estas expresiones no suenen vacías o exageradas? Puestos a analizar, vemos que para decir a alguien “mi vida” hemos de tener la sensación de que esa persona es el motivo más importante que tenemos para vivir: es quien nos da aliento, fuerza, alegría. Sin esa persona, lejos de ella, sabemos que nuestra vida sería distinta, no podríamos avanzar, nos des-animaríamos, porque perderíamos la fuerza motora de nuestra vida. ¿Qué nos parecen las palabras de Jesús, cuando nos dice: “YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA, QUIEN CREE EN MI, VIVIRÁ ETERNAMENTE”?
Hemos iniciado la Cuaresma con el mayor deseo de vivir la misma vida en Jesucristo, que Él benevolentemente nos infundió en el día más grande, el día de nuestro bautismo. Jesucristo nos llenó de vida, la vida de resucitado. La vida en plenitud de Dios, Señor de la vida, fue injertada por Dios en nuestros corazones. Vivir en Cristo es vivir -todo, siempre- desde la fe más viva en la resurrección. Es vivir ya -siempre, en todo- la resurrección con fe activa. Es vivir muriendo cada día sabiendo que morimos, aceptando la muerte y cada día resucitando y esperando resucitar del todo al fin. Y vivir aliviando el morir de todos y esperando que todos resuciten. Sólo viviendo así en Cristo -sólo creyendo así, esperando así- tiene verdadero sentido celebrar la Pascua de Jesús, su muerte y resurrección en la eucaristía o misa. Y, todo esto en orden a creer, esperar y vivir así, cada día más fielmente, y más comprometidamente. ¿Qué pascua estamos esperando celebrar?
¿Qué hacemos ahora de todo eso que se nos infundió en el día grande del bautismo?, ¿lo hemos llegado a conocer a fondo, somos conscientes de ello, lo vivimos o no? ¿O duerme todo oculto, ignorado, olvidado o muerto en el fondo de nuestro ser?
Sucre, 29 de marzo de 2020
Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre