P. José Cervantes: “Querían interrumpir el embarazo, pero la niña nació viva”
En una interrupción voluntaria del embarazo la niña nació viva
Esta noticia escalofriante y conmovedora se publicó el pasado martes, día 4 de junio, en el periódico El Deber, de Santa Cruz de la Sierra, y está disponible en Internet con otro titular. A una chica de catorce años, del barrio “Plan tres mil”, víctima de una violación, que ocultaba el embarazo a su familia, se le practicó una interrupción voluntaria del embarazo de 26 semanas, a pesar de la objeción de conciencia de todos los ginecólogos de la clínica y como acatamiento del director de la misma ante la presión legal recibida, según la cual “no puede haber objeción de conciencia del director del establecimiento de salud”. El hecho no se realizó por vía quirúrgica sino mediante el suministro de tabletas que provocaron la expulsión del feto y, tal como habían dicho los médicos, la niña nació viva y pesaba algo más de un kilo. En realidad fue un parto prematuro inducido. Con los cuidados médicos necesarios esperemos que la niña salga adelante y que a la madre se le atienda psicológica y socialmente de manera humana y digna para que también ella siga adelante con su hija. Y ambas pueden contar, sin duda, con la ayuda de nuestra Iglesia.
Una sociedad decadente y miserable
Este hecho pone de manifiesto diversos aspectos de la sociedad decadente y miserable en la que vivimos. Esa miseria, indigna de seres humanos, dotados de espíritu y conciencia, aunque a veces no lo parezca, se hace patente en varios fenómenos convergentes en este hecho, entre los cuales destaca la violencia machista, la pobreza cultural de una sociedad despiadada, la falta de educación moral, de información sexual y de formación humana, el descarte mortal de los no nacidos, la legalidad cruel de una legislación asesina, el atentado directo contra la vida incipiente… Sin embargo, entre tanta maraña maligna ¡Se abrió paso la vida! La niña nació.
Gracias al Espíritu dador de vida
Conmocionados por este hecho, que se debe revisar en toda su complejidad para depurar responsabilidades, nosotros invocamos hoy al Espíritu de Dios en Pentecostés para que transforme los corazones, las mentalidades, las ideas, los valores y los comportamientos de quienes propician, perpetran y permiten semejantes crímenes y atrocidades. Sólo los médicos objetores de conciencia mostraron el nivel moral exigible en una sociedad que respete los valores humanos fundamentales. Por esta vez, la vida de la niña, contra viento y marea, salió adelante. El Espíritu, dador de vida, la mantuvo con vida. Y la misión evangelizadora de la Iglesia también sigue adelante sembrando por doquier el Evangelio de la vida y sus valores. Sigamos orando: ¡Oh Señor, envía tu espíritu, que renueve la faz de la tierra! Como decíamos desde el comienzo de la cuaresma en la oración del Salmo 50: “Renuévame por dentro con Espíritu firme, no me quites tu santo espíritu, afiánzame con espíritu generoso”, para que se realice en nosotros la transformación de nuestra mente y de nuestro espíritu.
La venida del Espíritu Santo
Al final del tiempo pascual la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos que estaban reunidos con la Virgen María. Ellos se convirtieron en testigos del acontecimiento trascendental de la historia de la humanidad, que ha tenido lugar en la persona y en el misterio de Jesús de Nazaret. Su pasión y crucifixión, las causas históricas que le condujeron a la muerte violenta e injusta, la primicia de su resurrección de entre los muertos y el valor redentor de la misma para todo ser humano constituyen el núcleo esencial del Evangelio y el germen de la nueva humanidad. Los testigos de aquellos acontecimientos recibieron de Jesús su Espíritu, su ímpetu, su aliento y su fuerza para transmitir por toda la tierra la gran noticia del evangelio, proclamando la más profunda verdad del ser humano, a saber, que todos somos hijos muy amados de Dios y, por tanto, que estamos llamados a vivir en una auténtica fraternidad.
Las dos versiones del relato de la efusión del Espíritu
La Biblia relata el misterio de la venida del Espíritu en dos versiones. El texto lucano de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo presenta en el día de Pentecostés como una manifestación portentosa de Dios, con los elementos simbólicos del viento, del ruido y del fuego, signos de la potencia divina, que impulsa al testimonio de la fe en la diversidad de lenguas, pueblos y culturas resaltando desde el principio la misionariedad constitutiva de la Iglesia. Esa misma diversidad de dones que emanan de un mismo Espíritu de amor es destacada por Pablo (1 Cor 12,1-31) poniendo de relieve el valor de la pluralidad de los miembros y funciones de la comunidad cristiana edificada por el amor para formar un solo cuerpo. La efusión del Espíritu según el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más personal. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias del crucificado en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu.
Donación del Espíritu del crucificado y resucitado
El relato de la aparición del Resucitado a los discípulos en el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) subraya la identidad del crucificado y resucitado, destaca la donación del Espíritu del Resucitado a los apóstoles y resalta que el medio adecuado para comunicar la fe en el Resucitado es el testimonio y la palabra. La fiesta de Pentecostés señala el fin de una etapa litúrgica en la vida de la Iglesia que cada año permite renovar la vida de los creyentes por la participación en los misterios de la fe, que tienen su eje en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La victoria sobre la muerte y sobre el mal es el comienzo de la nueva creación. El realismo de la muerte violenta e injusta sufrida por Jesús como víctima de los poderes de este mundo ha dejado la huella imborrable de la limitación humana en aquel cuyo amor ha traspasado definitivamente el límite en virtud de su apertura al Espíritu transformador de Dios. Jesús, Señor de la muerte y la vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu divino a la humanidad entera.
La venida del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia
La venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, motivo de la fiesta de Pentecostés, es el fruto principal y definitivo de la Pasión de Cristo. El Espíritu del Crucificado Resucitado marca el comienzo y la misión de la Iglesia, haciendo de los discípulos una comunidad viva, dinámica, plural, evangelizadora y misionera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu por parte de Jesús como un nuevo aliento, una nueva atmósfera, un nuevo brío. La literalidad del texto original griego resalta el énfasis cualitativo: “Reciban Espíritu Santo”. Es el mismo Espíritu que Jesús entrega en la cruz al morir (Jn 19,30). El Espíritu de Cristo, Crucificado y Resucitado, da un nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo.
Testigos de la paz, de la alegría y del perdón
Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra generadora de vida nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a través de la palabra y del testimonio de los creyentes. Creer en el resucitado es seguir al crucificado y reconocer al Jesús de la cruz como Mesías, Señor e Hijo de Dios. Esta fe genera un nuevo estilo de vida que supera todos los miedos y se nutre continuamente de los dones del Espíritu: la paz verdadera y la alegría plena. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias de su crucifixión en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu, de modo que éstos sean receptores y, a la vez, testigos de la paz, de la alegría y del perdón en el mundo.
El Espíritu Santo es como un viento fuerte liberador
El Espíritu que viene sobre nosotros, como vino sobre los primeros creyentes, irrumpe en el mundo y lo podemos sentir como viento fuerte, como ruido impetuoso, como fuego abrasador, que nos saca de la inercia anodina de la pasividad, del indiferentismo, de la abulia colectiva, del miedo paralizante, de la desidia y de la resignación ante el mal imperante. Ante la impotencia que parece provocar en nosotros el mal en sus múltiples manifestaciones, como son las conductas, actitudes y legislaciones proabortistas, el narcotráfico que aniquila a tantos jóvenes, la corrupción que destruye la dignidad y la credibilidad de las personas e instituciones, el interés meramente económico absolutizado por las minorías pudientes del planeta, como si fuera el dios más absoluto, la violencia estructural tanto del sistema social como de la inseguridad ciudadana, la carencia de trabajo para tantas personas, es posible, sin embargo, esperar al Espíritu de la vida que viene también hoy a dar vida, a comunicar sus dones y a ponerlos a nuestro alcance y al alcance de todos.
Los dones del Espíritu
Esos dones del Espíritu Santo son siete, según la tradición profética (cf. Is 11, 1-2): sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Todos ellos pertenecen en plenitud al Mesías. Y por ello Jesús, el Mesías crucificado y Señor de la historia, puede comunicarlos a sus hermanos y lo hace en este día de Pentecostés. Esos dones deben producir en nosotros los frutos que le son propios: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cf. Gá 5,22-23).
El Espíritu y la Nueva Alianza con Dios
El Espíritu es también el que nos capacita para permanecer en la Nueva Alianza con Dios. La Alianza es la que fue sellada con la Pascua y la Sangre del Señor. Esa nueva Alianza inaugurada irreversiblemente por Cristo consiste en la participación de todo corazón humano en la misma transformación espiritual que Jesús llevó a cabo con la entrega de la propia vida, abriéndose al Espíritu de Dios en medio del sufrimiento injusto de su pasión. La transformación del corazón humano, experimentada y comunicada por Cristo a todo ser humano, es el dinamismo del amor inscrito en el interior de cada persona y mediante el cual todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños, judíos y cristianos, tenemos acceso a Dios gracias a Jesús, único mediador de la Alianza Nueva (Heb 9,11-15), que nos capacita por medio de Cristo para vivir el perdón definitivo de Dios y para no pecar ya más. En esa radical transformación del corazón humano anida la más profunda alegría del Espíritu.
La Virgen María es la prenda del Espíritu transformador del corazón humano
La presencia de la Virgen María, madre de Jesús (Hch 1,14) y madre nuestra, es muy importante en el comienzo de la Iglesia naciente, pues la apertura al Espíritu por parte de la colmada de gracia al principio del evangelio de Lucas (1,35) hizo posible el nacimiento del Mesías y, de la misma manera, su presencia al principio de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra de Lucas, la hace partícipe del nacimiento de la Iglesia, que es la continuadora de la misión del Espíritu del Resucitado a lo largo de la historia humana. La compañía de María como madre de Jesús y madre de la Iglesia es como la garantía del Espíritu transformador de los corazones y el aval de la gracia sobreabundante en la vida humana y en la Iglesia. Se le podría llamar, por eso, prenda del Espíritu.
El respeto a la vida como un don de Dios
En la Misión de la Iglesia Latinoamericana necesitamos también un Pentecostés permanente, para que el Espíritu impulse a todos los creyentes al testimonio de la vida en el amor de modo que seamos testigos comprometidos de la verdad, de la libertad y de la justicia, que son los valores que conducen a la verdadera paz y al respeto a la vida de todos los seres humanos, especialmente de los no nacidos. Así se ha ratificado también en las conclusiones del V Congreso Americano Misionero: “Es urgente educar en el respeto a la vida como un don de Dios desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural. Es apremiante asimismo educar a los jóvenes desde las familias y desde las parroquias en el sentido y en el valor cristiano de la sexualidad” (Documento Conclusivo, 97). Y es indispensable revisar y abolir la legalización permisiva del aborto en los términos proabortistas en que se encuentra su legislación en muchos países moralmente decadentes aunque se autodenominen progresistas.
(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)
[Fuente: Infodecom]