Incendios en Chiquitanía

Roger Cortéz Hurtado: “Curar, mitigar, recrear, reparar: ¡Ahora!”

Lo que nos ha enseñado el desbocamiento de las llamas sobre nuestros bosques, aquí y en el resto del mundo, es que modelos económicos que presumen de exitosos nos conducen al desastre; sea este el capitalismo desafiante de las potencias, o el que se esconde, vergonzante, detrás de títulos o apellidos comunitarios o socialistas.

Este año se han perdido millones de bosques, desde la Siberia en Rusia, hasta Sud y Norteamérica o el África. No alcanzamos aun a hacernos una idea de lo que significa y cómo nos afectará la calcinación de cientos, o miles, de millones de árboles, de una flora y fauna variadísima, de la afectación de acuíferos.

La apreciación de que las pérdidas bordearían apenas unos 1.200 millones de dólares en Bolivia, debe considerarse radicalmente subvalorada, porque se basa en una apreciación mercantil de valor presente, que no asume que se trata de bienes más escasos, día a día, a escala planetaria y, por ello, de un valor simplemente inestimable en tanto que son el sustento de la vida, globalmente, y la base para una nueva economía (bioeconomía).

La ola de indignación que ha causado la extensión del desastre, por sus orígenes, por la lenidad, ineptitud e indiferencia del gobierno para responder, no resuelve los problemas y puede desembocar en un extendido sentimiento de resignación e impotencia que representa la mayor amenaza vigente.

Exactamente en el polo opuesto, la pérdida de bosques, fuentes de agua, biodiversidad en nuestros territorios tiene que ser el punto de arranque de una iniciativa gigantesca, profunda y sostenida que nos conduzca a un viraje radical al desarrollismo patético, que impregna todos los modelos económicos que hemos experimentado y que se nos están ofreciendo ahora mismo. Trátese del retorno al “neoliberalismo” o la continuidad del estatismo-corporativista, ejercitado por el régimen presente, son garantía completa de nuevos y grandes fracasos.

Necesitamos reparar y mitigar los daños, restaurar y recuperar lo perdido, porque se trata de la mayor riqueza de la que disponemos y con la que debemos edificar una nueva economía; no lo haremos con los combustibles fósiles, ni con los que se exprimen a cultivos industriales; o con las enormes obras de ingeniería que trastornan y desbaratan cuencas y múltiples ecosistemas.

Todo lo cual se acentuará con el ajuste estructural que, con ese u otro nombre, adoptarán los unos y los otros, porque todas las variantes del modelo desarrollista, destructor de medioambiente y deformador de la vida social, tienen ese mismo precio.

Ahora mismo, diversas expresiones de la sociedad civil, han comenzado a asumir iniciativas para no paralizarnos y empezar inmediatamente las tareas de mitigación, restauración, recreación. Aparecen como convocatorias a de apoyar a las más de 5.000 familias directamente afectadas; a reforestar, inclusive partiendo de semillas; de salvar vidas de los animales dañados o en fuga y múltiples otras.

Nacen de personas, colectivos, ONG, asociaciones de productores, que han empezado a trabajar y que no esperan ayuda o patrocinio estatal, siempre condicionado por políticas partidistas y, con ellas, de malversación, fraude y clientelismo.

Nuestro esfuerzo, creatividad, resistencia y templanza ante las catástrofes son el punto de partida, pero, también, la enorme tarea de recuperar los daños ha de involucrar al conjunto de la comunidad internacional; necesitamos, por lo tanto, interpelarla y demandar un esfuerzo conjunto porque los resultados positivos nos beneficiarán, al igual que al resto, porque se trata de avances contra el calentamiento y el cambio climático, cuyos plazos se están estrechando y ensombreciendo aceleradamente.

Todos los departamentos – el país todo – tienen una tarea que cumplir; en los más afectados será directa, en los otros abarca obligaciones tan importantes como transformaciones y activaciones productivas que disminuyan la presión demográfica sobre la selva y reservas naturales.

Curar y recuperar la Amazonía, la Chiquitanía, el Chaco, el Pantanal tendría que ser una suerte de reciclamiento raigal, de un Renacimiento del país, para construir sobre sólidas bases, para cohesionar y así trascender el sectarismo que propaga y requiere el poder, tanto como los políticos profesionales de ayer, hoy y mañana.

 

(Publicado en “El Deber”, Santa Cruz, 9 de septiembre 2019)