Diác. Javier Gómez, SSP: “Cuando solo queda confiar”
En la mayoría de las biografías de los santos se narran lapsos variables de sensación de “oscuridad”, de “duda”, de “devaneos en la fe”, en los que pasaron largas y duras pruebas, en las cuales su fe se vio acrisolada sin que ellos supieran.
En tales periodos llegaron a sentir que Dios los había abandonado, un sentimiento que ha sentido más de un creyente, comenzando, por ser el primer ejemplo que se me viene a la mente, por el autor del salmo 22, quien lo comienza con la frase “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan!”.
Decía un joven amigo, en las exequias que presidí, de su tío difunto, que él solía decir humorísticamente: “Dios siempre sabe lo que hace… el problema es que no explica”. Es gracioso, pero no deja de tener algo de razón: Dios es el Ser supremo, con una Sabiduría incomprensible e inabarcable capaz de abrir posibilidades infinitas donde nosotros los humanos no somos capaces de ver. En la Biblia aparecen sus reproches a quienes quieren dudan de Él y de su portentosa capacidad de obrar siempre a nuestro favor, pero sin tener que darnos explicaciones, solo pidiendo que nos abandonemos en Él y le dejemos obrar, si ceder al deseo de “tentar a Dios” (NT: Mt 14,31; 8,26; 16,8; Mt 17,19-20; Mc 6,6; 16,14; Lc 12,28; Jn 20,27; AT: Sal 27,10-14; Jer 29,11; Dt 31,6, hay muchas más).
Sin embargo, a todos nos ha embargado o lo hará, la sensación de ahogo y desespero cuando vemos que Dios no obra como queremos y cuando queremos, cuando nos vemos “con el agua al cuello” (Sal 69), y es, precisamente en estos momentos, en los cuales se está poniendo a prueba nuestra fe. Para quien sabe esperar, la solución de Dios es portentosa, para quien se desespera y quiere obrar por su cuenta, los resultados pueden ser impredecibles, jugarle en contra, e incluso arruinar la adquisición de aquellos dones adicionales, como premio por nuestra espera, el Señor nos quiere regalar, porque Él obra dándonos lo que nos conviene, no lo que nosotros queremos que nos dé, aunque lo creamos bueno, y se lo pidamos a Él con fe.
La única forma de “acortar la espera” recomendable es recurrir a la intercesión: puede ser la de la Virgen, los demás santos de la Iglesia, la de los hermanos en la fe, pidiendo su oración, y también con el ejercicio de “ascesis”, la cual en el fiel cristiano, es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, quien ora por nosotros (Rm 8,26: “…el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”.
Así que, nos guste o no (tampoco me gusta, he de confesarlo) lo mejor que podemos hacer, cuando nos sentimos impotentes frente a alguna realidad, es abandonarnos en Él y confiar, aunque sintamos que tarda, y la espera nos esté ahogando. No es fácil, pero es posible si se lo pedimos a Él.
(Autor: Diácono Javier E. Gómez Graterol, SSP)