Somos siervos inútiles...

Mons. Jesús Pérez: “Comencemos, hermanos”

Cuando una persona de fe, tiene la mirada puesta en Dios, y busca por sobre todo devolverle el inmenso amor que Él  nos tiene, “nada es demasiado” y “todo es poco”…

Las enseñanzas que da Jesús, casi siempre son contra corriente. No parecen acomodadas a estos tiempos de relativismo y de indiferencia moral y social, sobre todo. El relativismo se ha metido  fuertemente dentro de los cristianos, hasta el punto que decimos: “esto no me va, la Iglesia tiene que adaptarse a los tiempos”. Muchas personas cristianas quieren un cristianismo a la “carta”, o sea, que se adapte al gusto de cada uno. San Pablo, por el contrario, nos dice: “no se adapten a este mundo”. Si los domingos pasados eran mensajes muy difíciles de llevar a la práctica, hoy nos hablan de otras actitudes como la fe, la humildad, la paciencia, la sencillez, la gratitud, que no ocupan el primer puesto en las preferencias de tantos cristianos.

San Francisco de Asís, cuya fiesta hemos celebrado el día 4, un gran santo, admirado hasta por los no cristianos y también por cristianos que no están en comunión completa con la Iglesia católica,  decía reiteradamente al fin de su vida terrena: “Comencemos, hermanos, a amar y servir a Dios, porque hasta aquí poco o nada hemos progresado”. Sin duda alguna, que esto no era una falsa humildad. El no ignoraba todo lo mucho y lindo que Dios había obrado en su vida. Sus palabras, llenas de fe, humildad y gratitud, son como un eco de las que nos sugiere Cristo en el evangelio. Francisco de Asís, lleno de una fe profunda, capaz de “trasladar montañas”, tenía como costumbre, la mirada  puesta en Dios. Por eso, oraba así: “Dios mío y todo”.

Cuando una persona de fe, tiene la mirada puesta en Dios, y busca por sobre todo devolverle el inmenso amor que Él  nos tiene, “nada es demasiado” y “todo es poco”. Así proceden  todos los que aman, como han hecho todos los santos. El que de veras ama, nunca cree hacer demasiado por los amados. Si con frecuencia nos encontramos sintiendo que no se aprecia lo mucho que hacemos por los demás, debemos examinarnos para ver si nuestro amor ha disminuido demasiado. Francisco recorría las calles de Asís pregonando: “El Amor no es amado”.  Así como el amor nos hace humildes, la falta de amor nos vuelve pretenciosos. Nos hace impacientes en la oración.

El pasaje de hoy quiere enseñar a los discípulos que su actitud ante Dios, no puede ser como la de los fariseos, autosuficientes, que se presentan ante Dios como exigiendo el premio. Sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: “somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Esto, tanto en relación  con Dios, como en nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. La tendencia espontánea es pasar factura por todo lo que hacemos. Cristo, por el contrario, nos dice que no nos presentemos ante Dios ni ante los demás exhibiendo una lista de derechos y méritos, sino con humildad y sencillez. El cielo no lo conseguimos a base de méritos. La salvación es obra de Dios, es regalo de Él.

Sucre, 6 de octubre de 2019

Fray Jesús Pérez Rodríguez, OFM

Arzobispo emérito de Sucre

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