Mons. Jesús Pérez: “Llamados a ser santos”
Celebramos hoy la solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. Esta fiesta no desdice de este tiempo de Adviento. No es un paréntesis dentro del Adviento. En María, la Madre, se inicia el misterio de la salvación, al encarnarse el Hijo de Dios en el seno de Ella, la Inmaculada Concepción. Es la fiesta del comienzo absoluto, como la Asunción podría llamarse la fiesta del final, de la plenitud pascual cumplida también en la Madre del Salvador. En ambos casos, en el comienzo y el final, María aparece como modelo y figura de lo que es el destino de toda la comunidad eclesial. Hoy es una fiesta, como nos decía el Papa san Pablo VI, “en que se celebran conjuntamente, la Concepción Inmaculada de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, hermosa sin mancha ni arruga”.
Dios eligió a María antes de ser concebida, antes de que Ella pudiera presentar sus méritos. En el libro del Génesis 1, 9-15.20, primera lectura de la misa de hoy, se nos dice que al inicio de la creación del mundo ya pensó Dios en la “mujer” y en su “descendencia”, como promesa de salvación y de perdón del primer pecado. En el Catecismo de la Iglesia -publicado por san Juan Pablo II- se dice: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje del Génesis ha sido llamado Protoevangelio por ser el primer anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta” (CCE 410).
María es la primera discípula y primera cristiana,
modelo de lo que tiene que ser la Iglesia, los bautizados.
La fiesta de hoy, en la que celebramos que María fue concebida sin el pecado original, es también nuestra fiesta. María aparece como la primicia de toda la humanidad redimida por Cristo. La primera salvada por la muerte de Cristo. Es la primera discípula y primera cristiana, modelo de lo que tiene que ser la Iglesia, los bautizados. Dios quiso así “preparar una digna morada para su Hijo”. Pero también quiso que Ella fuera “comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de santidad”.
En la segunda lectura de hoy, tomada de la carta a los efesios, el apóstol Pablo nos da un himno a Dios por su plan maravilloso de elevación de la persona. Ese plan se aplica por igual a María y a nosotros. Ella y nosotros fuimos bendecidos en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en el cielo. María y nosotros fuimos “elegidos en Él antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia”. María y nosotros fuimos elevados a la dignidad de ser “hijos adoptivos, constituidos herederos y destinados de antemano en Cristo a ser aquellos que esperan en Él, para alabanza de su nombre”. Desde el bautismo fuimos llenos de la gracia de Dios, la cual es la santidad de Dios en nosotros, a la que estamos llamados. María estuvo llamada a ser santa desde el momento de su concepción sin el pecado original.
SUCRE, 8 DE DICIEMBRE DE 2019
FRAY JESÚS PÉREZ RODRÍGUEZ, O.F.M.
ARZOBISPO EMÉRITO DE SUCRE
[Imagen: medjugorjemisericordia.org]