No fue elegido por su inteligencia

Evangelio – Reflexión
Domingo de la XXI Semana del tiempo ordinario
Mons. Jesús Pérez Rodriguez

Evangelio

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     16, 13-20

    Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
    Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
    «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
    Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
    Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
    Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Palabra del Señor.

Reflexión

A veces, muchos, creyentes y no creyentes escuchamos y expresamos ciertas formas de pensar y hablar, que pareciera que no estamos seguros de nuestra fe y que cualquier religión es lo mismo. Por ejemplo: “en algo hay que creer”, “lo importante es tener fe en algo…” Estas expresiones y otras semejantes se oyen con frecuencia, como queriendo minimizar la importancia de las diferencias doctrinales entre las distintas iglesias o religiones. ¿Será igual y me importará lo mismo mi madre que otra mujer? ¿Será que sólo importa creer y no lo que se cree? Algo tan importante y personal como la fe, ¿puede estar sometido a una autoridad exterior? Son preguntas muy serias.

El domingo pasado escuchábamos el evangelio de Mateo, que nos relataba el episodio de la mujer cananea. Una mujer extranjera, no profesaba la religión de Israel. Para Jesús, todo aquel que cree en Él y lo sigue dócilmente pertenece al nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. Católico quiere decir “universal” y la Iglesia de Cristo acoge, en la amplitud de sus fronteras, a todas las personas de buena voluntad que buscan sinceramente a Dios. La cananea superó el examen de su fe y, por ello, recibió lo que pedía.                                                                      

En este domingo XXI del tiempo ordinario, encontramos a Pedro que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios vivo y recibe del Maestro o Mesías el cargo de ser piedra y fundamento de la Iglesia. Jesús declara que ese nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, es una sociedad jerárquicamente organizada, con fronteras definidas, con requisitos de ingreso y exigencias para formar parte de ella. Por eso, encontramos en los evangelios estas palabras: “Quien creyera y se bautizare se salvará”. Encontramos también, otras muchas expresiones de Jesús: “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna” o “El que cree en mí se salvará…”

Nos muestra el evangelio de hoy, como el domingo pasado a la mujer cananea que aprobó el examen de su fe con su humilde insistencia, a pesar del rechazo inicial, que también Pedro fue sometido a una prueba de fe antes de ser bendecido y proclamado cabeza de la Iglesia visible. Porque la cabeza de la Iglesia es el mismo Jesucristo. Pedro tuvo que pronunciarse abiertamente sobre la identidad de aquel hombre fascinante, Cristo Jesús. Al elegir a Pedro, como a los otros apóstoles, no lo hizo fijándose en su inteligencia, sino por la fe firme de Pedro, a pesar de saber que lo negaría.

¡Qué hermosa la profesión de fe que hace Pedro, en nombre de sus compañeros, del mesianismo y la divinidad de Jesús! Jesús es el Ungido de Dios vivo: fórmula que tal vez no refleja todavía toda la densidad que luego tendría, pero ciertamente supone que Pedro intuye que Jesús es algo más que el Mesías político que el pueblo esperaba. ¡Qué hermosa también la respuesta de Jesús!: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre