P. José Cervantes: “La sobreabundancia de la gracia de Cristo”

La universalidad de la redención en Cristo

Por poco que reflexionemos sobre nuestra vida caeremos en la cuenta de que los seres humanos hacemos daño, voluntaria o involuntariamente, a los otros y a veces a nosotros mismos. Cuando el mal es provocado por nosotros y lo vivimos conscientemente desde la fe en Dios, percibimos que el pecado es una realidad dañina que anida en el corazón humano y así lo percibe y lo narra en forma de relato el autor de Gn 2,7-9;3,1-7. Ante el drama humano del pecado, Pablo, en Rom 5,12-21, presenta la universalidad de la redención de Cristo, contraponiéndola a la universalidad del pecado desde Adán. Pablo quiere mostrar la fuerza liberadora de Cristo transmitida a cada hombre gracias a una relación de solidaridad de Cristo con el ser humano que se contrapone a la de Adán. El punto central de Pablo es el siguiente: Sólo en Cristo encuentra la humanidad el camino para salir de la esclavitud de la muerte.

La eficacia de la gracia es incomparablemente superior a la del pecado

El contraste Adán-Cristo, en la perspectiva paulina, tiene el único objetivo de exaltar el papel salvífico de Cristo. El pecado es la fuerza hostil a Dios, que, introducida en el mundo da al hombre la muerte, pero la muerte no es sólo la muerte física sino la privación de salvación, la muerte espiritual y la separación de Dios. Adán es figura del que había de venir, figura suscitada por Dios, pero imperfecta, para presentar las realidades espirituales antes del Mesías. Lo que Pablo nos muestra no es una correspondencia exacta entre Adán y Cristo. Se trata de una comparación desproporcionada, pues la situación positiva es mucho más rica que la negativa. “Cuanto más” – dice la carta- . No se puede comparar el delito de un hombre al don gratuito de Dios en Cristo. La eficacia de la gracia es muy superior a la del pecado.

Sobreabundó la gracia

Pablo pone en ello todo el énfasis al subrayar la incomparabilidad de lo comparado, pues “donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia” de la vida en Cristo, que los cristianos nos disponemos a renovar en el camino cuaresmal. Por ello en la noche de Pascua oiremos: ¡Oh Feliz culpa que mereció tal Redentor! Con este texto, densísimo en su contenido teológico, el apóstol nos introduce en la perspectiva pascual de todo este tiempo de conversión al evangelio.

La cuaresma es el camino hacia la Pascua

La cuaresma es el camino hacia la Pascua, hacia la renovación de la fe cristiana en la confesión de que Jesús, el crucificado resucitado es el Señor. Y el primer domingo de cuaresma presenta a Jesús en su confrontación directa con el mal de este mundo, cuya representación personificada es el diablo. Los evangelios constatan las tentaciones. Las más conocidas son las desarrolladas en los evangelios de Mateo y Lucas, la pretendida transformación de las piedras en pan, la espectacularidad de lo religioso al saltar desde el alero del templo y la obtención del poder y la gloria a cualquier precio (Mt 4,1-11). Todas ellas fueron rechazadas por Jesús.

El mesianismo de Jesús puesto a prueba

Cuando los evangelistas hablan del diablo como protagonista de estas tentaciones, están utilizando un lenguaje simbólico y sencillo para expresar realidades muy profundas de la vida humana. Las tentaciones en Mateo se presentan como una auténtica provocación tocando el punto más importante de la identidad de Jesús: “Si eres Hijo de Dios” (Mt 4,3.6). Es la misma provocación de los sumos sacerdotes al pie de la cruz: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27,40). Lo que se pone a prueba es el mesianismo de Jesús, es decir, su modo de entender y vivir su relación con Dios Padre. Los cuarenta días de ayuno evocan los de Moisés (Éx 34,28) y Elías (1 Re 19,8) y los cuarenta años de Israel por el desierto. El Mesías que se esperaba en Israel era un Mesías profético, sacerdotal y real, pero las tentaciones reflejan algunas corrupciones de las expectativas mesiánicas de aquel tiempo y del nuestro: un mesías prodigioso, un mesías meramente político o un mesías que salve de la situación económica.

La Palabra de Dios para vencer toda tentación

La primera tentación mesiánica es la seguridad del pan, la de los bienes, la de la abundancia (cfr. Jn 6,15). Jesús responde con la Escritura poniendo todo el énfasis en la palabra de Dios (Dt 8,3): “No de sólo pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Es la tentación de la seguridad en medio de la dificultad. La trascendencia de la Palabra de Dios en la vida cristiana ha tenido una manifestación extraordinaria recientemente pues en septiembre del 2019 el Papa Francisco hizo pública la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, “Aperuit Illis” mediante la cual instituyó una fiesta nueva en la Iglesia, el Domingo de la Palabra de Dios. Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24,45). Para ello les abrió las Escrituras de la Biblia y el corazón (Lc 24,31.32). Del evangelio de las tentaciones destacamos la importancia de la Palabra para vencer todo mal. Con Jesús y desde el pueblo liberado por Dios sabemos que el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios y esa palabra llama a la solidaridad en el compartir gratuitamente ejerciendo la misericordia de la limosna, que consiste en dar de lo que tenemos por el bien de los otros y en cumplir la justicia de Dios.

Contra la instrumentalización de la Palabra de Dios

En la segunda tentación el escenario es el templo, el símbolo central de la religión judía. La provocación del tentador utiliza todos los elementos posibles: Pretende manipular a Dios en su propia casa y con su propia palabra, la del Sal 91, 11-12: “los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras”.Se trata de instrumentalizar a Dios para conseguir algo espectacular, en la línea del mesianismo sacerdotal. Además se manipula la palabra de Dios para legitimar algo prodigioso. El diablo utiliza la promesa de Dios de atender al que se encuentra en peligro para provocar un signo caprichoso, una demostración (como en Mt 16,1). Una de las grandes tentaciones en la relación con Dios es la instrumentalización de su Palabra como hace el diablo en esta tentación. Por eso el Papa Francisco explica que la Biblia hay que leerla con el mismo Espíritu con el que fue escrita: “La Sagrada Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana” (cf. Dei Verbum, 12).

La Pasión es el único camino para vencer la tentación del poder

La tercera tentación es la del poder. En un monte muy alto el tentador promete un poder político sobre los reinos de la tierra. Es la tentación de un mesianismo ejercido desde el poder y la gloria de este mundo. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas. La misión que él tiene que consumar para cumplir la justicia de Dios no es un mesianismo de tipo político, ni se ejerce desde la violencia, ni desde la imposición de normas, ni desde la conquista avasalladora de nada ni de nadie, sino desde la fidelidad a la Palabra de Dios y al plan de Dios contenido en ella: Un plan de salvación del hombre que pasa por la Pasión y la Muerte como único camino de salvación para el género humano. Jesús sabe prescindir de todo lo que es secundario y relativo en la vida humana, él sabe ayunar y abstenerse del ejercicio del poder para concentrarse sólo en Dios y desde ahí nos da ejemplo de libertad interior y de servicio a los demás hasta la entrega de la vida. Y ésa es la gracia sobreabundante de la Pasión del Señor.

La gran tentación de dar la espalda a Dios

En realidad la gran tentación es dar la espalda a Dios, buscando la satisfacción de los propios deseos, buscando el poder y la gloria, y sucumbiendo al éxito fácil y al aplauso de la gente, todo a cualquier precio y a costa incluso del mismo Dios. Puede ser ésta también la gran tentación de la Iglesia y de todo cristiano. Las tentaciones se pueden presentar como objetivos, el poseer bienes, gloria, y poder, o como medios para conseguir algo, la inmediatez, la eficacia y la espectacularidad, pero en todo caso la gran tentación es vivir sin Dios, lo cual se puede manifestar de diversos modos: dando la espalda a Dios, sirviéndose de Dios o queriendo ser como Dios.

Por Cristo ha venido la gracia de una vida nueva

Sin embargo, si bien es verdad que el pecado entró en el mundo y que todos pecaron… y pecamos, es mucha más verdad que por Jesucristo muerto y resucitado ha venido la gracia de una vida nueva que permite vivir en el amor de la entrega continua de la vida. De ello son signos cuaresmales la verdadera limosna, la oración sincera y el auténtico ayuno. Si, como María, abrimos nuestro corazón permanentemente a la Palabra de Dios, en contraremos la dicha que ella experimentó (Lc 1,45), no sólo que en ella la Palabra se hizo carne, sino que ella la custodió. Custodiemos, pues, en nuestra vida la Palabra de Dios y entonces seremos dichosos como ella, viviendo la plenitud de la gracia de Cristo en nosotros. Feliz Cuaresma.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)