“Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas, un solo Dios” Mons. Adolfo Bittschi

07.06.2020//CENACOM//En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, nuestro Obispo Auxiliar de la Arquidiocesis nos invita a aprender del estilo de vida de Dios y así acostumbrarnos y practicar su amor misericordioso que nos llevará un día a su casa.


Homilía SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Evangelio según san Juan 3, 16 -18.
DIOS MANDÓ A SU HIJO AL MUNDO, PARA QUE SE SALVE POR ÉL

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amen. Así nos levantamos cada día y comenzamos nuestra jornada con Dios y así lo terminamos. Así quiero comenzar hoy mi homilía. Nuestra vida cristiana está marcada por la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios. El Bautismo recibimos según institución de Jesús en el evangelio de san Mateo 28, 16ss: “Yo te bautizo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por el bautismo somos hijos de Dios, y como los hijos de una familia, se fijan en sus padres para ver y copiar un estilo de vida. Lo mismo nosotros miramos a Dios para aprender su estilo de vida y así acostumbrados y practicando su amor misericordioso nos llevará un día a su casa.
  Queridos oyentes con mucha alegría celebramos hoy la gran Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD. La Liturgia nos invita a alabar y celebrar ningún acontecimiento o acción de Dios en favor nuestro. Ya hemos celebrado las grandes fiestas de nuestra fe cristiana: Navidad en la que el Padre Dios mandó a su Hijo único al mundo, para que se salve por Él, como proclamamos en el evangelio de hoy; en la Pascua celebrábamos el triunfo de Jesús, Hijo de Dios sobre la muerte y el diablo con su muerte y su resurrección; el domingo pasado a los 50 días Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Y hoy queremos adorar la fuente y la razón de todo este actuar por nosotros: la SANTÍSIMA TRINIDAD.
La liturgia nos invita hoy contemplar a Dios mismo en su ser, tal como Él es. Y Él es “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad” (Éxodo 34,6). “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1Timoteo 2,4) porque todos somos creados según imagen y semejanza suya y Dios no aborrece nada de lo que ha creado (1Timoteo 4,4). En Dios hay un solo amor. Dios Padre nos ama con el mismo amor con lo que ama a su Hijo único y eso desde antes de crear el mundo (Efesios 1,4). ¿Por qué? podríamos preguntar. El amor no se puede explicar. El amor es “loco”. Como a nosotros en Sucre, capital de Bolivia, nos dicen “locos” podemos decir Dios es sucrense.
Dios no necesita nada de nadie porque Él es “el que es” (Éxodo 3,14, primera lectura), sin origen y sin fin. Jesús revela que también Él lleva el Nombre divino, “Yo soy” (Juan 8,28). Dios es el único ser que existe de sí mismo y en sí mismo y es amor, gozo, paz, santidad, verdad, misericordia, felicidad y todo lo bueno y bello en plenitud y perfección, muchísimo mayor de todo lo que los grandes pensadores y soñadores podían imaginarse. Y Dios no necesita de nada y de nadie para ser feliz. Nadie le puede quitar ni nadie le puede aumentar su felicidad. Por eso Santo Toribio de Mogrovejo decía: “Dios es el ser infinitamente perfecto que es la Santísima Trinidad”. Sin embargo Dios por su amor inexplicable quiere compartir su vida con nosotros. Los grandes santos místicos que recibieron la gracia de poder ver alguito de la belleza y grandeza de Dios quedaban marcados y fascinados. Lamentan pero que faltan palabras para expresar lo que se les ha sido concedido ver y escuchar; podemos solamente balbucear y queda pura paja, dicen todos ellos de su experiencia de Dios.
Dios uno en tres personas en sí mismo y de sí mismo es todo bello y bueno en una plenitud exuberante. Él no queda en sí mismo porque su íntimo ser es amor. Por eso podríamos decir con el Cardenal Journet, gran teólogo y en proceso de beatificación, Dios “explota” de su amor, vida, verdad, felicidad, bondad, gozo, majestad, misericordia, santidad como una fuente inagotable. “Explota” el Padre Dios en su plenitud de ser Dios y lo comunica todo su ser al Hijo Dios y se desborda en la creación de seres visibles e invisibles, del tiempo y del universo. El Hijo de Dios por su parte “explota” de su plenitud divina recibida del Padre y se desborda en el mundo, y en la plenitud del tiempo toma carne en María, comunicando su divinidad a la humanidad (cf. Gálatas 4,4). Asimismo, el Espíritu Santo “explota” del amor infinito que eternamente recibe del Padre y del Hijo y por el Hijo se comunica a los corazones humanos haciendo de ellos su morada o templo, primera vez en María la Virgen en el día de la Anunciación del  ángel y la Encarnación del Hijo de Dios, luego delante de miles de testigos en el día de Pentecostés de manera visible y constatable y desde aquel momento para siempre.
Había avisos velados sobre la Santísima Trinidad en el Antiguo Testamento, por ejemplo en el libro de Génesis cuando Dios creó el hombre varón y mujer decía: “hagamos el hombre según nuestra imagen y semejanza” (1,26) o en la visita al patriarca Abraham en forma de tres individuos (18,2). En el Nuevo Testamento nos ha revelado con claridad Él, que bajó del cielo y que conoce lo íntimo de Dios porque el mismo es Dios, el Hijo Jesucristo.
También todo lo dicho queda un balbuceo. Lo bueno es que no solamente podemos hablar de Dios y decir algo de Él, aunque sea como paja, pero debemos aclarar que todo esto está lógico, si bien supera nuestra mente no va contra la razón sino es sobrenatural, y por eso cuestión de fe.
Vamos un paso adelante: No solo se puede y debe hablar de Dios, lo fascinante es que se puede hablar con Dios. El gran sabio judío Martín Buber fue invitado por el presidente de Israel y le preguntó: Profesor, ¿por qué usted cree en Dios? La respuesta del hombre sabio y conocedor profundo de la Sagrada Escritura decía: Si Dios sería alguien sobre quién se puede hablar no estaría creyendo. Pero como Dios es uno a quién se puede hablar, creo en Dios. ¿Qué significa esta respuesta? Recién se puede creer y confiar en una persona humana cuando no solo se habla de ella sino cuando se puede hablar con ella y conocerla personalmente y lo mismo vale para con Dios. Recién el orante que conversa con Dios, que le habla y le escucha, se transforma en creyente. Y la persona que cree y confía en Dios comenzará a amar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entre las personas humanas buscamos igualmente en quién confiar y luego amar. Si bien se busca ser comprendido  y también comprender a la persona amada, encima de la comprensión está amar y ser amado. De María comenta San Lucas varias veces no entendía pero guardaba todo en su corazón y seguía adelante.
Dios también quiere ser amado más que comprendido. El amor a Dios podemos expresar como los serafines que cantan y aclaman con el trisagio “SANTO, SANTO, SANTO es el Señor Dios del universo, llenos están los cielos y la tierra de su gloria. Hosanna en las alturas”. Esta oración del cielo que escucho el profeta Isaías (cap. 6) ha entrado en la celebración de la Eucaristía. Lo podemos rezar, mejor cantar al Señor y adorarlo. Orando y adorando a Dios nos hace crecer en la fe y confianza en Dios y eso necesitamos todos los días, especialmente en los momentos difíciles como en estos meses.
San Bernardo de Claraval decía sobre el misterio de la Santísima Trinidad: indagarlo sería temerario; creerlo es piedad; adorar este misterio y llevarlo en el corazón es vida y nos llevará a la vida eterna.
“La fe católica quiere que adoremos la Trinidad en la unidad y la unidad en la Trinidad, sin confundir las personas y sin separar la substancia divina”. San Atanasio
La puerta de acceso a la Santísima Trinidad es el Sagrado Corazón de Jesús traspasado y abierto para todos que confían en Él. Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
GLORIA al PADRE, al HIJO, y al ESPÍRITU SANTO. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo! Y la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre ustedes y les acompaña hoy y siempre.