Reflexión dominical: “Reciban Espíritu Santo”
Necesitamos un nuevo Pentecostés
¡Cuánta falta nos hace un Pentecostés que nos infunda aliento de vida! El panorama del mundo da pena y, a veces, una gran angustia. La crisis del coronavirus, además de los muertos que se está llevando consigo, está poniendo en evidencia otras crisis profundas de nuestro tiempo en nuestras sociedades. La crisis de la economía ya se viene encima y está generando más pobreza y hambre en el mundo, provocando otra crisis social y humanitaria de magnitud planetaria. A esto se une la crisis de la política que sigue haciendo visible cómo la mayoría de los que gestionan la vida política en nuestros días perdieron de vista hace tiempo la orientación al bien común y la atención primordial a la persona humana, su vida y su dignidad, haciendo prevalecer su afán desmesurado de poder o de dinero, o de ambos. En este contexto de miedo, de sufrimiento y de muerte hace falta un nuevo Espíritu, el Espíritu Santo, de amor y de vida, que nos da Jesús resucitado.
El Espíritu santo, firme y generoso
La venida del Espíritu Santo sobre los discípulos y discípulas, motivo de la fiesta de Pentecostés, es el fruto principal y definitivo de la Pasión y Resurrección de Cristo y marca el comienzo de la Iglesia, haciendo de los discípulos una comunidad viva, dinámica, plural, evangelizadora y misionera. Desde el comienzo de la cuaresma invocamos en la oración del Salmo 50: “Renuévame por dentro con Espíritu firme, no me quites tu santo espíritu, afiánzame con espíritu generoso”, para que se realizase en nosotros la transformación de nuestra mente y de nuestro espíritu, quebrantado y humillado. Ahora se lleva a cabo esta transformación por la comunicación del Espíritu de Cristo muerto y resucitado en el corazón de las personas que lo invocan. El Espíritu firme, santo y generoso de Cristo se comunica a través de la palabra del Evangelio transmitida e interpretada en la fe de la Iglesia.
Dos versiones de un mismo acontecimiento del Espíritu
La Biblia relata el misterio de la venida del Espíritu en dos versiones. El texto lucano de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo presenta en el día de Pentecostés como una manifestación portentosa de Dios, con los elementos simbólicos del viento, del ruido y del fuego, signos de la potencia divina, que impulsa al testimonio de la fe en la diversidad de lenguas, pueblos y culturas. Esa misma diversidad de dones que emanan de un mismo Espíritu de amor es destacada por Pablo (1 Cor 12,1-31) poniendo de relieve el valor de la pluralidad de los miembros y funciones de la comunidad cristiana edificada por el amor para formar un solo cuerpo. La efusión del Espíritu según el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más personal. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias del crucificado en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu.
El Espíritu de Cristo crucificado y resucitado
El relato de la aparición del Resucitado a los discípulos en el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) subraya la identidad del crucificado y resucitado, destaca la donación del Espíritu del Resucitado a los apóstoles y resalta que el medio adecuado para comunicar la fe en el Resucitado es el testimonio y la palabra. La victoria sobre la muerte y sobre el mal es el comienzo de la nueva creación. El realismo de la muerte violenta e injusta sufrida por Jesús como víctima de los poderes de este mundo ha dejado la huella imborrable de la limitación humana en aquel cuyo amor ha traspasado definitivamente el límite en virtud de su apertura al Espíritu transformador de Dios. Jesús en persona, Señor de la muerte y la vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu divino a la humanidad entera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu por parte de Jesús como un nuevo aliento, una nueva atmósfera, un nuevo brío. La literalidad del texto original griego resalta el énfasis cualitativo: “Recibid Espíritu santo”. Al recibir el soplo de Cristo reciben el Espíritu Santo. El Espíritu de Cristo da un nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo.
El Espíritu en la palabra regeneradora de la vida
Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra regeneradora de vida nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a través de la palabra y del testimonio de los creyentes. Creer en el resucitado es seguir al crucificado y reconocer al Jesús de la cruz como Mesías, Señor e Hijo de Dios. Esta fe genera un nuevo estilo de vida que supera todos los miedos y se nutre continuamente de los dones del Espíritu: la paz verdadera y la alegría plena. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias de su crucifixión en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu, de modo que éstos sean receptores y, a la vez, testigos de la paz, de la alegría y del perdón en el mundo.
El Espíritu firme y fuerte
El Espíritu que viene sobre nosotros, como vino sobre los primeros creyentes, irrumpe en el mundo y lo podemos sentir como viento fuerte, como ruido impetuoso, como fuego abrasador, que nos saca de la inercia anodina de la pasividad, del indiferentismo, de la abulia colectiva, del miedo paralizante, de la desidia y de la resignación ante el mal imperante. Es un Espíritu Firme. Ante la impotencia que parece provocar en nosotros el mal del coronavirus que ha paralizado durante varios meses al mundo entero y ha provocado cientos de miles de muertos, y terribles crisis económicas, sociales y políticas, es posible, sin embargo, esperar al Espíritu de la vida que viene también hoy a comunicar sus dones y ponerlos a nuestro alcance y al alcance de todos.
El Espíritu Santo con sus dones
Esos dones del Espíritu Santo son siete, según la tradición profética (cf. Is 11, 1-2): sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Todos ellos pertenecen en plenitud al Mesías. Y por ello Jesús, el Mesías crucificado y Señor de la historia, el Santo y el Justo, puede comunicarlos a sus hermanos y lo hace en este día de Pentecostés. Su espíritu es el Espíritu Santo. Esos dones deben producir en nosotros los frutos que le son propios: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cf. Gá 5,22-23). Es el Espíritu Generoso de Cristo, invocado también en el Salmo 50.
La Virgen María en Pentecostés
La presencia de la Virgen María, madre de Jesús (Hch 1,14) y madre nuestra, es muy importante en el comienzo de la Iglesia naciente, pues la apertura al Espíritu por parte de la colmada de gracia al principio del evangelio de Lucas (1,35) hizo posible el nacimiento del Mesías y, de la misma manera, su presencia al principio de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra de Lucas, la hace partícipe del nacimiento de la Iglesia, que es la continuadora de la misión del Espíritu del Resucitado a lo largo de la historia humana. Feliz día de Pentecostés
(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)
Fuente: infodecom