Mons. Angelo Accattino

Saludo del Nuncio de Bolivia, Angelo Accattino, al inicio de la 105 Asamblea de Obispos de Bolivia

Presentamos el saludo del Nuncio de Bolivia, Arzobispo Angelo Accattino al inicio de la 105 Asamblea de Obispos de Bolivia.  El saludo fue pronunciado este 8 de noviembre en la Casa Cardenal Maurer.

Arquidiócesis de Sucre 10.11.18//Infodecom//

Excelentísimo Mons. Ricardo Ernesto Centellas Guzmán, Presidente de esta Conferencia Episcopal,
Hermanos Obispos,
Colaboradores de la Conferencia Episcopal, Miembros de la Prensa, Señores y Señoras:

Agradezco mucho la invitación para compartir con ustedes estos días de oración, reflexión y de toma de decisiones, siempre en bien de esta amada porción de la Iglesia en Bolivia.

Hay varios argumentos que podría haber tomado en cuenta para incluir en este saludo al inicio de la Centésima quinta Asamblea, última del año.

Creo oportuno, sin embargo, referirme a un evento reciente que ha interesado a la Iglesia Universal y que sería un pecado no abordar y profundizar en un contexto tan importante como es la inauguración de estos trabajos de la Conferencia Episcopal. Me refiero a la Decimoquinta Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que ha terminado hace unos diez días en el Vaticano y que ha reunido delegados de todo el mundo, inclusive, como es obvio, de Bolivia, y, algo extraordinario, delegados de la Iglesia en la China. La ocasión, por lo tanto, es propicia para volver a reflexionar ante todo sobre el concepto mismo de sinodalidad y, entrando más en lo específico, también sobre el objeto principal de este último Sínodo, o sea, la juventud y su lugar en la sociedad y en la Iglesia.

1) La Sinodalidad de la Iglesia

La Iglesia tiene como nombre «Sínodo», según la hermosa fórmula de san Juan Crisóstomo (In Psalmos, 149,1). Por tanto Iglesia es un nombre que está por Sínodo y Sínodo es un nombre que está por Iglesia. Y la «sinodalidad» es la «dimensión constitutiva de la Iglesia», según expresión del Papa Francisco, la cual nos ofrece «el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico» (Discurso en el quincuagésimo aniversario de creación del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015). Es por ello que desde el inicio de su ministerio petrino, el Papa Francisco ha dado una especial atención al Sínodo de los Obispos, confiado en que éste podrá, como ya ha abierto la posibilidad, dar voz a todo el Pueblo de Dios, no solo mediante sus Obispos, sino involucrando a todas las condiciones de vida presentes en la Iglesia, la cual está llamada siempre más a un camino sinodal. Él, desde el inicio de su Pontificado ha entendido valorar el Sínodo, que constituye una de las herencias más preciosas del Concilio Vaticano II. Es éste el impulso que el Papa Francisco ha dado y da al término “sinodalidad”, que es «el camino que Dios se espera de la Iglesia del tercer milenio», tal como lo manifestó en el citado discurso del 17 de octubre de 2015. Se trata del Pueblo de Dios, cuyos miembros caminan juntos, en la pluralidad de sus carismas y de sus ministerios y favorecidos por la variedad de vocaciones, todas al servicio del bien común.

La sinodalidad evoca así a la Iglesia como Pueblo de Dios en camino y asamblea convocada por el Señor. En la Iglesia, por lo tanto, se camina juntos para dar cumplimiento al proyecto de Dios y para evangelizar dando testimonio de unidad.

Este proceso incluye el hecho de estar también juntos en asamblea, invocando las luces del Espíritu Santo para no desviar del camino y para estar siempre al servicio de la evangelización. En esta preciosa línea pastoral, el Papa Francisco nos ha regalado la Constitución Apostólica Episcopalis communio, precisamente sobre el Sínodo de los Obispos. Todas las normas en ella contenidas no hacen sino afianzar que la Iglesia es constitutivamente sinodal. En ella se evidencian nítidamente los tres pasos de ese caminar juntos: el primero tiene su inicio en la escucha del Pueblo de Dios, luego en la escucha de los Pastores del Pueblo de Dios y, finalmente, en la escucha del Vicario de Cristo, Pastor y Doctor de todos los cristianos. Todos a la escucha de Dios. Punto que fue resaltado últimamente por el Papa Francisco con estas palabras: «La perspectiva de una Iglesia sinodal y de la Palabra, requiere el valor de escucharse recíprocamente pero sobre todo de escuchar la Palabra del Señor» (Piazza Armerina, 15 de septiembre de 2018). La sinodalidad está también presente en el camino ecuménico resaltado por el Papa Francisco, que habían empezado y continuado sus Predecesores, a fin de llegar a la plena y visible unidad de una Iglesia que camina con Cristo a la Cabeza. En la nona Congregación general del reciente Sínodo de los Obispos, el director del Methodist ecumenical office, ha dejado oír un apasionado llamamiento a caminar, orar y trabajar juntos apuntando a la santidad, reforzando diálogo y colaboración comunes.

La Asamblea que hoy se abre para esta Iglesia en Bolivia, es momento propicio para afianzar y consolidar este «deporte espiritual» que implica ir como comunidad hacia Dios, pidiendo para ello humildemente las luces del Espíritu Santo, orando y trabajando juntos, teniendo como meta la propia santidad y la de quienes conforman el rebaño del Señor, dispuestos a dialogar y colaborar para el bien y el progreso de la Iglesia y de la sociedad boliviana.

Esto es ejercer la sinodalidad, esto es hacer parte de una Iglesia sinodal, donde no se cuestiona el principio de autoridad, que no deja, por gracia de Dios, de ser un servicio a los demás hermanos y hermanas en El Señor, sino donde cada uno, a partir del papel que le compete, a largo, mediano o corto plazo, ofrece su contribución con sentimientos de respeto mutuo y fraternidad, todos a la búsqueda de un superior bien común. Es exactamente lo que acaba de pasar en la Decimoquinta Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en el Vaticano, el pasado mes de octubre, centrado en el mundo de los jóvenes y sus desafíos.

2) Los jóvenes

El camino sinodal marcado por el Sínodo precedente, que ha tenido lugar en el 2015, relativo al tema de la familia, ha sido sin duda alguna, la premisa necesaria para que el Papa Francisco dedicara esta última Asamblea al tema: «Los jóvenes, la fe y discernimiento vocacional».

De hecho, el hogar es la sede natural donde cada miembro aprende de los otros a consolidar un amor cada día más profundo y sólido, donde los hijos aprenden a crecer y madurar, puesto que el modo en que los jóvenes se forman depende, en buena parte, de lo que reciben o de lo que no reciben de sus entornos familiares. Esto también es un camino sinodal; la sinodalidad de las familias que, lejos de considerarse perfectas, viven y tratan de vivir con fidelidad y honestidad ante Dios y la sociedad en una continua búsqueda de mejora. Por eso la Iglesia mira con solicitud a las familias, las acompaña y las ayuda para que puedan cumplir con su misión educativa dado que, como dice el Papa Francisco: «Los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos para bien o para mal» (Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 259). Es preciso reiterar, pues, que el anterior Sínodo ha sido la antesala necesaria para la realización y celebración del que acaba de cerrarse.

El Papa, unos días antes de abrir el Sínodo, casi queriendo dar la tónica a los trabajos, ha reconocido que realmente, sobre todo con los jóvenes «la Iglesia tiene una deuda en cuanto a la escucha», como lo ha confesado con franqueza, el pasado mes de septiembre en Tallinn, Estonia, delante de miles de jóvenes, mayoritariamente no católicos y en gran parte alejados de todo credo.

Porque si la Iglesia no se pone seriamente a la escucha de los jóvenes, de los laicos, sobre todo de las mujeres, que son la gran mayoría en las comunidades cristianas, no podrá resultar creíble.

Este Sínodo, inédito por su enfoque, por las nuevas instrucciones que lo han guiado, por la convocación de los jóvenes invitados, por el estilo que el Papa ha querido darle, ha recibido del mismo Sumo Pontífice un llamado para que todos, Obispos y demás participantes, se expresasen con parresía, es decir con una actitud en la que se manifiesten juntas la libertad, la verdad y la caridad, y sobre todo, con la capacidad de escuchar con humildad. Este ha sido el ritmo que se ha constatado a lo largo de la celebración del Sínodo.

La clausura de los trabajos sinodales, el pasado domingo 28 de octubre, ha coincidido con la publicación de su Documento final. Se trata de un texto tanto amplio y articulado como profundo, fresco y esperanzador. Hará falta seguramente mucho tiempo para leerlo bien, profundizarlo y traducirlo en nuestra vida personal y en la vida de la Iglesia.

Sin embargo, hay algunos pasajes que por su belleza, no puedo dejar de subrayar, ya que, según mi humilde parecer, condensan y sintetizan perfectamente el extraordinario don de la juventud: una inmensa riqueza recogida, desde siempre, en odres de frágil barro.

En especial voy a citar tres párrafos:

En el n. 64 se lee: « (…) Creemos que hoy también Dios habla a la Iglesia y al mundo mediante los jóvenes, su creatividad y su entrega, así como también por medio de sus sufrimientos y peticiones de ayuda. Con ellos podemos leer proféticamente nuestra época y reconocer los signos de los tiempos; por esto los jóvenes son uno de los •”lugares teológicos” en los que el Señor nos hace conocer algunas de sus expectativas y desafíos para construir el mañana».

Así como en el n. 65 se lee: «Muchos jóvenes santos han hecho resplandecer los lineamientos de la edad juvenil en toda su belleza y han sido, en su época verdaderos profetas de cambio; sus ejemplos muestran de lo que son capaces los jóvenes cuando se abren al encuentro con Cristo».

En fin, quiero evocar también el n. 66: «Los jóvenes son portadores de una inquietud que va ante todo escuchada, respetada y acompañada, apostando con convicción sobre su libertad y responsabilidad. La Iglesia sabe por experiencia que la contribución de ellos es fundamental para su renovación. Los jóvenes, en ciertos aspectos, pueden estar más adelantados que los pastores. La mañana de Pascua el joven Discípulo Amado ha llegado primero al sepulcro, precediendo en su carrera a Pedro agobiado por la edad y por la traición [Jn 20, 1-10]; de la misma manera en la comunidad cristiana el dinamismo juvenil es una energía renovadora para la Iglesia, porque la ayuda a quitarse de encima pesos y lentitudes para abrirse al Resucitado. Al mismo tiempo, la actitud del Discípulo Amado indica que es importante mantenerse coligados con la experiencia de los ancianos, reconocer el papel de los pastores y no ir adelante solos. Se tendrá así aquella sinfonía de voces que es fruto del Espíritu».

Escuchando estas palabras se entiende de verdad el por qué el Papa Francisco ha sentido la necesidad de dedicar un Sínodo a los jóvenes, que son el hoy y el mañana de la Iglesia. Si amamos a la Iglesia y su destino eterno, no podemos no amar a los jóvenes. Amar a los jóvenes significa, ante todo, no tenerles miedo, tenerles confianza, creer en ellos y en sus sensibilidades, maduradas como frutos de sus tiempos y de sus espacios, así como quien ya tan joven no se había madurado, en sus tiempos y espacios, sus sensibilidades y certezas. Es tentación común del género humano la de convencerse que la única juventud ha sido la propia.

Al mismo tiempo, amar a los jóvenes significa saber estar siempre con ellos, y a veces detrás de ellos, para acompañarles y para indicarles el camino, a raíz de aquella experiencia que solo se puede adquirir con la edad y con la meditación de los propios errores. Hay que saber ayudar a canalizar bien el manantial de tanta energía y las ganas de progresar para evitar que tanta potencialidad se desperdicie. Este es el reto y la responsabilidad de los “ancianos”, o sea de los “presbíteros”; la misma responsabilidad que tuvo el experimentado Pedro con el joven y exuberante Apóstol Juan.

Queridos hermanos en el Episcopado: el trabajo para la construcción del Reino de Dios es arduo y fatigoso; la tarea profética dentro de la Iglesia nos pide vivir discerniendo a la luz del Espíritu Santo dónde está el camino de la verdad y de la vida, y donde están los más necesitados de nuestro acompañamiento. La Iglesia somos todos los que adherimos a Cristo y es nuestro deber seguirlo, pero caminando juntos como peregrinos hacia la meta final.

A la apertura de los trabajos del Sínodo, en su discurso inaugural, el 3 d octubre pasado, el Papa Francisco ha tenido palabras impregnadas de amor y ternura por la Iglesia, que quiero reproducir aquí: «Merece la pena sentirse parte de la Iglesia, o entrar en diálogo con ella; vale la pena tener a la Iglesia como madre, como maestra, como casa, coma familia, y que, a pesar de las debilidades humanas y las dificultades, es capaz de brillar y transmitir el mensaje imperecedero de Cristo; vale la pena aferrarse a la barca de la Iglesia que, aun a través de las terribles tempestades del mundo, sigue ofreciendo a todos refugio y hospitalidad; vale la pena que nos pongamos en actitud de escucha los unos de los otros; vale la pena nadar contracorriente y vincularse a los valores más grandes: la familia, la fidelidad, el amor, la fe, el sacrificio, el servicio, la vida eterna».

El Espíritu Santo ilumine y guíe esta Asamblea; la presencia de María Santísima, Reina de la Iglesia, presida con maternal solicitud las reuniones de estos días. La reciente proclamación de siete nuevos santos, entre ellos nuestra Nazaria Ignacia, nos anime a caminar como Iglesia en busca de la santidad.

Que en fraternidad colegial, siempre en comunión con nuestro amado Pastor Francisco y con todo el Pueblo Santo de Dios, podamos afirmar gozosamente con el testimonio y con la palabra que «Sí vale la pena ser Iglesia».

Cochabamba, 8 de noviembre de 2018

Mons. Angelo Accattino
Nuncio Apostólico en Bolivia

 

[Imagen: IglesiaViva.net]