TODA LEY ES: “AMAR AL SEÑOR TU DIOS Y AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO” Mons. Adolfo Bittschi

26.10.2020//CENACOM// El  Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis toma la lección de Jesús, donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio y expresa lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite. 

“Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad… Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”. Mons. Adolfo Bittschi

Homilía 25 de octubre de 2020, DOMINGO 30 durante el año

Evangelio según San Mateo 22, 34 – 40.

TODA LA LEY ES: “AMAR AL SEÑOR TU DIOS Y AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO”

Queridos oyentes, el domingo pasado nos dijo Jesús: ¡Den al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios! Y si alguien estuviera dudando a que se refirió el Señor nos dice hoy: AMAR. Amar es la esencia misma de Dios, su íntimo ser. El Padre ama tanto al Hijo que le entrega todo su ser, en otras palabras se vacía completamente en el Hijo. El Hijo recibe todo el amor divino del Padre para disfrutarlo pero no se lo guarda para sí sino Él devuelve toda su voluntad, su ser y su amor al Padre. Y no es una sola vez; es un proceso de fusión desde siempre y para toda la eternidad. La fuerza de esta unión constante y perene es la tercera persona en Dios, el Espíritu Santo. Dios uno y trino es el único ser que existe de sí mismo y está feliz en sí mismo. Por eso se presenta a Moisés como “YO SOY” como también Jesús varias veces, por ejemplo “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. El amor verdadero que viene de Dios no se cierra en sí mismo sino se abre. Así Dios comparte su vida de felicidad con su Creación, sobre todo con los ángeles y los seres humanos.

Vamos ahora al Evangelio y su mensaje. Nuevamente los fariseos quieren tender a Jesús una trampa con la pregunta: ¿Maestro, cuál es el mayor mandamiento de la Ley? En la opinión dominante de esa época era la LEY observar el SÁBADO. Cuando perdieron la Tierra Prometida, el Templo y su culto en la deportación a Babilonia (587 – 538 a.C.), allá en el Exilio era día sábado que dio la identidad al pueblo de Dios. Jesús sin embargo no se queda con el enredo de los 613 preceptos (248 prescripciones positivas y 365 prohibiciones) encontrados en la Sagrada Escritura por los maestros de la Ley. Jesús va a la raíz de los mandamientos de Dios: el AMOR. El amor que nos tiene para darnos las instrucciones para vivir en libertad, fraternidad y amistad social.

Por eso la respuesta de Jesús fue: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente; este es el más importante y el primer mandamiento”. Es la invitación de admirar la fuente del amor; es adorar, amar y así aprender cómo se ama de verdad: no pensando en uno mismo sino buscar la felicidad de la otra persona. Hemos perdido esta enseñanza y por eso tenía que venir Jesús para mostrarnos de nuevo con su entrega total. La Santa Madre Teresa de Calcuta lo entendió y dijo: “Amar hasta que duele”. Eso solo se puede vivir cuando uno se deja llenar cada día de nuevo del AMOR de Dios en la adoración de la fuente. La cita bíblica para el amor a Dios está en Deuteronomio 6,4s: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Los judíos lo rezan cada mañana y tarde. Eso es la primera parte de la respuesta.

Jesús sigue diciendo: “El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La cita bíblica es Levítico 19,18. ¿Qué fue entonces lo novedoso que trajo Jesús? Es la unificación y equiparación de los dos mandamientos. Dios ama a cada una de sus criaturas por eso amar como Dios es también amar a todos. El Papa Francisco escribe en su Carta circular “FRATELLI TUTTI” (3 de octubre, Tránsito de San Francisco) a quién está citando “para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él»[2]. Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite (nro1). “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad… Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (nro8).

El amor a Dios es un amor de alianza, que se caracteriza por una adhesión leal y permanente al Señor: escuchando su voz, sirviéndole solo a Él, caminando por sus sendas y cumplir sus mandamientos en lo bueno y en lo malo como son las promesas del matrimonio. Ya nada de adivinanza como consultar la coca, los naipes, la ouija, la astrología o los espiritistas. Eso sería como el adulterio un pecado gravísimo, una abominación (Deuteronomio 18, 9-12). Entonces el amor a Dios no es en primer lugar un sentimiento sino una cuestión de voluntad y fidelidad. Es un amor “con toda el alma” tal como Jesús amó y obedeció al Padre hasta la muerte en Cruz y así nos salvó. Es un amor “con todo el corazón, con toda la mente” de manera  que todo el pensar, el sentir y el actuar están orientados como Cristo al Padre.

La prueba de nuestro amor al Padre tenemos en el amor al prójimo. OJO: ¡Amamos a Dios en la misma medida como a nuestro peor enemigo!  ¡Ni más, ni menos!

Estamos celebrando el mes de la MISIÓN. La Misión vive de la Oración, de la limosna y de ofrecer a Dios los dolores, penas, sufrimientos y tristezas.  Sigamos rezando con nuestro Papa Francisco el SANTO ROSARIO para pedir al Espíritu Santo  por la MISIÓN para que en virtud del bautismo los fieles laicos, en especial las mujeres, participen en la Misión de la Iglesia.      Pidamos a Dios también por nuestra patria BOLIVIA.  Les invito, queridos oyentes, a meditar  el capítulo 22 del Evangelio según San Mateo para empaparse de la Palabra que da vida. Porque: El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo!                  

        Y la Bendición del Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y sus familias y les acompañe hoy y siempre. Buen domingo.