“EL PERDON DEL PADRE SEGÚN JESÚS” Homilía Mons. Adolfo Bittschi

13.09.2020// El Obispo Auxiliar de nuestra Arquidiócesis reflexiona en su homilía que, recibir el perdón y perdonar nos une entre nosotros y con nuestro Señor Jesucristo en esta vida tanto que ni la muerte nos puede separar. También llama a orar junto al Papa Francisco para que los recursos del planeta no sean saqueados, sino que se compartan de manera justa y respetuosa.  

Homilía 13 de septiembre 2020, Domingo 24 durante el año litúrgico

Evangelio según san Mateo 18, 21 – 35.

“EL PERDON DEL PADRE SEGÚN JESÚS”

Queridos oyentes, el mensaje de la Sagrada Escritura de éste Domingo habla del PERDON. El que sabe perdonar puede sanar. La primera lectura del libro Eclesiástico muestra esta relación  entre el perdón que recibimos de Dios y el que debemos otorgar a nuestro prójimo y que trae la salud espiritual y corporal. Dice: “Del vengativo se vengará el Señor… perdona las ofensas a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas… ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”.

El Salmo responsorial nos canta del perdón que Dios otorga: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia… El perdona todas tus culpas y cura todas las enfermedades. El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y ternura” (Salmo 102).

Recibir el perdón y perdonar nos une entre nosotros y con nuestro Señor Jesucristo en esta vida tanto que ni la muerte nos puede separar. Es el mensaje del apóstol San Pablo en su carta a los Romanos 14.

El Evangelio de San Mateo subraya la gratitud absoluta del perdón del Padre Dios y la exigencia solemne del perdón entre hermanos. Ambos son el cimiento de la familia y de la comunidad. La falta del perdón hiere al amor, quita el gozo, divide, exaspera y pone en peligro la salvación eterna.

Ya en la primera alianza con Israel  Dios se presenta una y otra vez como el Señor “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”. Para vivir con Dios y en Dios el perdón no ha de ser limitado sino sin límites porque así es la vida de Dios a la que estamos invitados. Nunca podríamos ser felices en la casa de Dios en la eternidad si no logramos adaptar o mejor dicho dejarnos transformar por el amor de Dios que es el Espíritu Santo en “misericordiosos como el Padre”. Por eso Papa Francisco como buen discípulo de Jesús nos había convocado para el año 2016 a un año de DIVINA MISERICORDIA. Ya el siglo pasado Jesús se había revelado a la religiosa polaca, sor Faustina Kowalska, como Jesús de la Divina Misericordia, última tabla para poder alcanzar la salvación. Toda alma que confía en Mi Misericordia la obtendrá.   En esa devoción Jesús pide recordar la hora de su muerte como hora de la DIVINA MISERICORDIA y rezar la “Coronilla de la Divina Misericordia”  a las tres de la tarde. El Papa San Juan Pablo II dio un gran impulso a este pedido el año Santo 2000 con la institución del DOMINGO de la DIVINA MISERICORDIA y la canonización de Santa Faustina.

“Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano cuando  me ofenda?” Era la pregunta de Pedro. El judaísmo rabínico conocía el perdón hasta tres veces. Entonces la oferta de Pedro con el número simbólico de 7 que significa “siempre” muestra que había dado un gran paso en asimilar el mensaje de su Maestro. La medida parece generosa. Sin embargo Jesús, asumiendo el número simbólico que propuso Pedro, lo eleva a otro nivel: “¡No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete!” Jesús es pues el rostro misericordioso de Dios y del perdón inmerecido, absoluto e incondicionado que el Padre obsequia. En el encuentro de Jesús con los pecadores y publicanos se ve como el perdón arrastra y motiva a perdonar. Al sentirse aceptados y amados por Dios sienten la necesidad de pedir perdón y de ser a la vez misericordiosos con el prójimo. Pienso en Leví Mateo y en Zaqueo.

Para ilustrar su enseñanza Jesús cuenta una parábola de gracia con un final sin gracia. Un servidor debía diez mil talentos de plata a su rey. La cantidad de la deuda es exorbitante e imposible de  pagar. Como era costumbre en la antigüedad, debía ser vendido como esclavo junto con toda su familia para pagar si quiera una ínfima parte de su deuda y recibir el castigo. Ante este futuro, el servidor se arrojó a los pies del rey implorando su misericordia y, como éste era misericordioso, no solo se compadeció de su deudor sino que le perdonó toda esa deuda astronómica. Algo inimaginable e inesperado entre humanos. En la parábola el rey representa a Dios tal como lo conoce Jesús. Así no queda duda alguna de la generosidad inmensa y de su divina Misericordia. La parábola de GRACIA gratis dada.

Sin embargo la parábola termina para el mismo servidor ya perdonado de lo imposible con una desgracia causada por él mismo. Tenía un compañero que le debía cien jornales, una suma considerable, pero en comparación de los millones condonados una pequeñez. El que recibió un perdón tan inmenso no quería perdonar y sin misericordia hizo encarcelar a su compañero.

¡Miserable! El rey, al enterarse, se indignó justamente contra este hombre durísimo de corazón con su prójimo, volvió a tomar en cuenta la deuda y entregó al malvado servidor a los verdugos para que lo torturaran el resto de su vida. La maldad lo hizo ciego y estúpido, en quechua diríamos WAMPU. Ya estaba libre. Debería festejar la gracia recibida, pero termina en sufrir para siempre el castigo.

La Eucaristía, sacramento central de nuestra fe, educa para el perdón. Al inicio de cada celebración alabamos y cantamos a Dios. Acto seguido pedimos perdón rezando “Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos  que he pecado mucho…”

Cada Eucaristía hace presente el sacrificio de Cristo: su Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada por el perdón de los pecados.

Para comulgar nos preparamos rezando en el PADRE NUESTRO: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” La experiencia personal del perdón por parte de Dios nos capacita para perdonar. Porque en seguida viene el abrazo de paz que no es necesario de contacto físico pero sí en el corazón hay que perdonar a todos. Luego viene el CORDERO DE DIOS que quita el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y danos la paz.

Clamamos: Ven Espíritu Santo y enciende el fuego de tu amor en nuestros corazones. Envía, Señor, tu Espíritu y todo será creado y renovarás la faz de la tierra.

Recemos también con Papa Francisco para que los recursos del planeta no sean saqueados, sino que se compartan de manera justa y respetuosa.  

Septiembre mes de la Biblia. Profundicemos el Evangelio, queridos oyentes, para saciarnos de la Palabra que da vida. Porque ustedes ya saben: El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo!                         Y la Bendición del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y sus familias y les acompañe hoy y siempre.