La firmeza en la fe y la universalidad de la salvación

Reflexión Dominical
Pbro. José Cervantes Gabarrón

La universalidad de la salvación

La palabra de Dios de este domingo revela la perspectiva de la universalidad de la salvación de Dios para todo el que cree firmemente. En Is 56,1.6-7 el anuncio de la salvación propia del Reino de Dios lleva consigo la práctica del derecho y de la justicia. Pero este horizonte de un nuevo orden social no es exclusivo del pueblo de Israel sino que se abre a todas las gentes, incluidos los extranjeros, de modo que  todos podrán ver la salvación de Dios así como el templo será casa de oración para todos los pueblos. Sólo un horizonte de apertura a los otros, a los diferentes y a los extranjeros, a los de otras razas, pueblos y religiones, puede marcar nuevos rumbos en la política del mundo actual con su diversidad cultural, étnica y religiosa. En estos contextos sociopolíticos también la Iglesia, con la Palabra de Dios en la mano, tiene mucho que aportar. Desde Isaías hasta el Evangelio la universalidad en la vivencia del amor es el camino que lleva a la salvación y a la solución de los conflictos entre los pueblos de la tierra.

La misericordia de Dios con los paganos y con los gentiles

También Pablo interpreta el acontecimiento de la muerte de Cristo propiciada por el pueblo de Israel desde una perspectiva positiva y universal. La muerte del Señor en la cruz hizo posible que la misericordia de Dios se revelase a todos los gentiles, de los que Pablo es evangelizador. La carta a los Romanos plantea la posibilidad de la salvación de Israel y afirma que, con ocasión de la misericordia obtenida por los gentiles, también los judíos alcanzarán misericordia (Rom 11,13-15.29-32).

La firmeza en la fe de la mujer cananea

En el Evangelio Jesús sale de las fronteras de Israel por segunda vez y se adentra en territorio pagano, esta vez en la región de Tiro y Sidón (Mt 15,21-28). Una mujer cananea, madre de una enferma endemoniada implora la misericordia de Jesús, el Señor. Pero todo el relato se concentra en el diálogo que comienza con la iniciativa de la mujer que se dirige a Jesús pidiendo su ayuda y concluye con el elogio de su fe por parte de Jesús. Tres intervenciones de la mujer fuerzan la conversión de Jesús. La mujer insiste en el diálogo con Jesús intercediendo a favor de su hija, su gran fe en Jesús le permite reconocerlo siempre como “Señor”, pero en la última intervención se aborda el tema de la salvación entre los paganos. Jesús pasa entonces de la indiferencia y del rechazo a un elogio final de la fe. Mateo coloca el milagro del exorcismo en un segundo plano, pues el primer plano lo ocupa el diálogo de la mediación entre la mujer extranjera y Jesús.

“Señor, ten piedad”

Una mujer, extranjera y necesitada, pero profundamente creyente y convencida de que Jesús puede ayudarle, le ruega ser atendida en su necesidad con la fórmula que después quedó en la liturgia: “Señor, ten piedad”. Notemos que la mujer no pide nada concreto, sólo muestra su penuria al Señor y se pone en sus manos sin decirle qué tiene que hacer. Se puede entender que es como si dijera: ¡Estoy necesitada pero hágase tu voluntad! Lo mismo hizo la Virgen María en las bodas de Caná mostrando a Jesús la necesidad de los novios que no tenían vino, pero abriéndose por completo a la palabra y a la voluntad de Jesús cuando dijo: “Lo que él diga, háganlo”. Desde esta petición abierta de la cananea hasta la felicitación de Jesús, “¡Mujer, qué grande es tu fe!”, culmen de todo el relato, ha ocurrido un encuentro personal y mediador en el cual ha aparecido el diálogo con toda su fuerza interpelante, transformadora y creadora de una realidad nueva.

“Señor, ayúdame”

Jesús es llamado “Señor” e “Hijo de David” en reconocimiento a su señorío, vinculado a la tradición religiosa y cultural de Israel,  y utilizado como título del mesías misericordioso especialmente en los milagros de curación. La mujer creyente es consciente en su humildad de que las promesas de Dios se cumplen en aquel que viene de la casa de Israel. Frente al silencio inicial de Jesús, que, aunque calla, escucha, la intervención atrevida de los discípulos indica a Jesús lo que ellos quieren que él haga; sin embargo, la mujer insiste en expresar su confianza en Jesús y en lo que Él quiera hacer, pues sólo dice: “Señor, ayúdame”, sin pedirle nada en concreto.

El sufrimiento nos hermana a todos los hombres sin distinción

La respuesta de Jesús muestra su identidad personal primera. Ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel. Notemos también que al hablar de identidades étnicas y religiosas, y en concreto, la de Israel, Jesús muestra su misión primera, pero no la última y principal, pues frente a la humanidad “perdida” ya no hay identidades culturales o nacionales que nos diferencien. La miseria humana, el sufrimiento de la enfermedad, el tormento de los endemoniados, los déficits de justicia y derecho en cualquier lugar de la tierra nos hermanan y rompen las fronteras. Entre las ovejas perdidas de Israel y la mujer, también perdida, de la región de Tiro hay un denominador común y éste es la perdición y la miseria, la situación lamentable en que se encuentran. Establecida esa conexión entre Jesús y la mujer, reconociendo esa identidad profunda de ambos por sintonizar en la experiencia común de quien está perdido, el diálogo se convierte en un mecanismo transformador y creador de una realidad nueva.

La grandeza de la fe de una mujer forastera

La respuesta de Jesús: “No es lícito tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros” refleja la concepción de una salvación que históricamente estaba vinculada, en primer lugar, a los “hijos” de Israel y de la cual estaban excluidos los paganos, denominados familiarmente como “perritos”. Pero la fe de aquella mujer cananea, tan convincente como atrevida, arranca de Jesús lo que ya estaba latente en su misión fundamental de salvar lo que estaba perdido, al igual que la Virgen María había arrancado el milagro de la transformación del agua en vino. Y es que el diálogo crea una realidad nueva, hasta en las concepciones de Jesús. Él ha venido a salvar lo que estaba perdido, no solamente en Israel sino en cualquier parte del mundo. Una mujer, creyente, pero forastera, consigue adelantar la manifestación de la identidad última del que no sólo es Hijo de David, sino el Señor e Hijo de Dios. La fe de aquella mujer consigue lo que pretendía. Por eso Jesús la felicita: Qué grande era su fe.

La fuerza del diálogo y de la fe en Jesús

Ante las actitudes xenófobas, racistas y persecutorias de los “otros” cuando éstos son diferentes por ser forasteros, o de otras culturas, o de otras etnias y naciones, o de otras ideologías, es necesario recuperar el carácter universal de la salvación de Dios y el valor y la fuerza del diálogo y de la fe en Jesús, que siempre son generadores de una vida nueva. Lamentablemente en algunos países prevalece todavía el desprecio o menosprecio al diferente por ser extranjero o de otra cultura, y en otros, sobre todo donde gana terreno el autoritarismo totalitario, predomina el desprecio a los que son de otras ideologías o religiones.

Un lamento más por España

Y lamentablemente también en España la religión católica está siendo cada vez más amenazada, pues en la coyuntura actual se pretende eliminar la religión no sólo en la escuela sino hasta en los hospitales, privando a los enfermos de la asistencia religiosa que, en este ámbito del dolor, cubre la Iglesia Católica con sacerdotes capellanes nombrados para atender y dar el consuelo de la fe a quienes, como la mujer cananea, dicen también hoy: “Compadécete de mí, Señor… mi hija está malamente” … o mi padre, o mi madre, o mi hermano…

José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura