Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Evangelio – Reflexión
Domingo XX durante el año
Mons. Jesús Pérez Rodríguez

Evangelio

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     15, 21-28

    Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.
    Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
    Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
    Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
    Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
    Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
    Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó sana.

Palabra del Señor.

Reflexión

Hoy se proclama en nuestros templos en la celebración de la eucaristía el evangelio de Mateo 15, 21-28, y en la primera lectura escuchamos a Isaías 56, 1. 6-7. Y san Pablo en la segunda lectura, Romanos 11, 13-15. 29-32, nos dirá: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel”. Este pasaje del evangelio de Mateo de este domingo es en tierra extranjera o pagana, o sea, fuera del territorio de los judíos. Jesús predicaba normalmente sólo en territorios de Israel, concretamente en lo que llamamos Líbano. Ahí realiza un milagro y alaba la fe de una mujer extranjera y además alaba delante de todos su fe: “Mujer, qué grande es tu fe”.

A veces, escuchamos este dicho: “Aquí hay hijos y entenados”.  Esta expresión se usa para denunciar la existencia de diferencias enojosas o privilegios injustos. Hoy, dicen no pocos, “me han marginado”. Hoy pareciera que Jesús nos deja una duda de si para Dios no habrá, en ese sentido, hijos y entenados. Pues la mujer cananea le pide a Jesús que libere a su hija del demonio que le acosa constantemente. Jesús ni siquiera se digna de responderle. Al final de todo accede a hablarle, pero solo es para rechazar de plano la humilde petición de ella. Es más, Jesús, siguiendo el lenguaje popular judío, llega a tratar de perros, con indudable sentido despectivo, a los que no son israelitas. ¿Será que Dios tiene hijos y entenados? Absolutamente que no.

Las dos primeras lecturas y, el salmo 66, nos dicen: “Que todos los pueblos te den gracias, Señor”. Nos invitan a pasar por alto la negativa inicial de Jesús y concentrarnos en el final feliz del episodio: después de todo, la mujer obtuvo lo que pedía, y además fue alabada por su gran fe. Quien llega a merecer semejante elogio de labios de Jesús, seguramente gozará de la protección de Dios, aunque sea una mujer cananea. Por otro lado, pensemos en el plan que anima a Jesús y en los métodos pedagógicos para llevar a la salvación a judíos y a paganos. Los planes de Dios no son nuestros planes. Nadie los conoce. Jesús marcó caminos -Él es el Camino-  que nosotros tenemos que trabajar para seguirlo con fidelidad. Dios llega a nosotros por caminos insospechados y Él se reserva el derecho de llegar a todos por medios misteriosos. En la misa, en la plegaria eucarística IV, rezamos: “Acuérdate de aquellos… cuya fe sólo Tú conociste”.

Dios quiere la salvación de todos, pues como dice san Pablo en la carta a los romanos: “Los dones y llamadas de Dios son irrevocables”. San Pablo toca en su carta el tema de la obstinación y el misterioso destino de Israel y trabaja para que un día su pueblo reconozca a Cristo como su salvador y redentor. No nos debe quedar la menor duda: Dios quiere la salvación de todos. Dios no hace diferencias entre sus hijos adoptivos. Lo que ocurre es que Él cuenta con unos para llegar a otros. Y muchos no llegan a disfrutar de la alegría del evangelio, porque muchos cristianos no se molestan en evangelizar, o sea, en anunciar a Jesús como el único salvador.

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.
Arzobispo emérito de Sucre