“MI CARNE ES VERDADERA COMIDA Y MI SANGRE VERDADERA BEBIDA” Homilía Mons. Adolfo Bittschi

11.06.2020//CENACOM// El Obispo Auxiliar de la Arquidiocesis, Monseñor Adolfo Bittschi, reflexiona en la Solemnidad del Corpus Christi, que el Señor, no nos habla simbólicamente sino real, sustancial y sacramentalmente, que con tu Cuerpo y tu Sangre real nos das vida para siempre.

Homilía
Solemnidad de CORPUS CHRISTI 2020
Evangelio según san Juan 6, 51 – 58.
“MI CARNE ES UNA VERDADERA COMIDA Y MI SANGRE ES VERDADERA BEBIDA


Hoy celebramos CORPUS CHRISTI, la fiesta del CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO.
En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Te adoramos, oh Jesucristo, presente en el sacramento de la Eucaristía con tu cuerpo y tu sangre, con tu alma y tu divinidad. Con los sentidos de ojos, tacto y boca no podemos distinguir que es la presencia transformada de tu Cuerpo glorioso, pero por tu palabra Señor: “Esto es mi cuerpo” y “esta es mi sangre” que dijiste en la Última Cena creemos que estás verdaderamente presente. Tú eres la Verdad en persona y no mientes ni finges. En el Evangelio de hoy, Señor, no nos hablas simbólicamente sino tan real, sustancial y sacramental hasta dices “masticar” tu cuerpo. Gracias, Señor, que con tu Cuerpo y tu Sangre real, sustancial y sacramental nos das vida para siempre. Amen.
Querido oyentes, si no sería la presencia real, sustancial y sacramental de Cristo en la Eucaristía estaríamos adorando pan y vino, en otras palabras seríamos idólatras.
Hoy celebramos la institución de la Eucaristía. La Eucaristía es la cumbre y la fuente de nuestra fe y de nuestra vida cristiana católica y el centro de la Iglesia. El esmero que se tiene todos los años para preparar y celebrar esta fiesta demuestra la fe y aprecio a este sacramento central. Jesús instituyó este gran sacramente el día del Jueves Santo en la Última Cena. Por la agonía del Señor que sigue inmediatamente no se puede desplegar el agradecimiento y esta alegría en el mismo día. Por eso desde el siglo XIII celebramos Corpus Christi con júbilo.
Nos acordamos que en la Última Cena Jesús demostró su amor a los suyos hasta el extremo (cf. Juan 13,1). Él se levantó y se quitó el manto para lavar los pies de sus apóstoles. Éste acto de humildad y servicio tiene una dimensión simbólica sacramental. El Señor y Maestro por un lado nos ha dado una lección de cómo actuar en la comunidad cristiana. Nos enseña que se debe servir y ayudar mutuamente, perdonar y recibir el perdón de los pecados para poder participar con corazón limpio de éste gran sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo que hace permanecer a Cristo en nosotros y nosotros en Él (v.56).
Jesús instituyó este sacramento en una comida porque quiere entrar real, sustancial y sacramentalmente en nuestra vida. Él quiere ser nuestra comido y darse como pan del cielo que da vida eterna. Dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de éste pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (v. 51). El pan es transformado en el Cuerpo y la Sangre de Cristo por la pronunciación de las palabras de Jesús en la Última Cena por el sacerdote ordenado y la obra y gracia del Espíritu Santo, que es invocado.
Se cumple así lo anunciado en el desierto con el maná (1ra. Lectura). El que da el pan es Dios Padre que lo envió desde el cielo, tanto el maná como ahora a su Hijo Único. Así como el Padre del cielo nos da todo en su Hijo, nosotros debemos responder y entregarnos a Él, sirviendo a nuestros hermanos para la mayor Gloria de DIOS. Para poder realizarlo Jesús se nos entrega en la comunión.
Ahora que no lo podemos recibir sacramentalmente el Cuerpo de Cristo les invito recibirlo espiritualmente. Oremos: “Señor Jesús, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma. Pero, no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven, al menos, espiritualmente a mi corazón. – Como si Te hubiese recibido, Te abrazo y me uno a Ti, oh Señor. No permitas que jamás me separe de Ti. Amén”.
Sin embargo la institución de la Eucaristía es solamente el primer necesario e insustituible momento del sacramento. Sin declarar Jesús su entrega que iba a realizar el día siguiente, su muerte hubiera sido sin sentido una cruel matanza, un asesinato judicial. Pero Jesús anunció que su cuerpo será entregado y su sangre derramada para el perdón de los pecados. Es una entrega a sabiendas, libre y voluntariamente.
Si la institución de la Eucaristía fuese la parte más importante del sacramento deberíamos reunirnos cada jueves. Pero este gran sacramento de la Eucaristía hace presente no solo la institución en la Última Cena del día jueves, sino todo el misterio de la Pascua. Porque sí Jesús que dijo “esto es mi cuerpo entregado por ustedes”, no hubiera ido al sacrificio como estaba anunciado, no hubiera cumplido su misión. Gracias a Cristo, que con la fuerza del Espíritu Santo se entregó para ser crucificado el Viernes Santo y derramó su sangre para el perdón de los pecados. El sacrificio de Jesucristo es para nuestros hermanos separados lo más grande y el Viernes Santo el día más importante. Pero eso es en su vida mortal y lo máximo viene después. OJO: La muerte de Jesús no se puede repetir, sino por la fuerza del Espíritu Santo se hace presente en la celebración de la Santa Misa. Eso es posible porque Dios vive fuera del espacio y fuera del tiempo. San Pedro escribe: “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2Pedro 3,8).
Si el Señor hubiera cumplido su palabra dada y muerto en la cruz, y con eso terminaría todo, sería un héroe ejemplar e inolvidable. Nuestros pecados, nuestros muchos pecados, estarían perdonados pero todos terminaríamos igual en la muerte. Pero el poder y el amor de Dios son más fuertes que la muerte. Jesucristo resucitó el primer día de la semana.
Por la RESURRECCIÓN DE CRISTO de entre los muertos se llama “DIES DOMINICUS” en latín, y de ahí viene nuestra palabra “día domingo”. La RESURRECCIÓN de CRISTO es lo más grande que se hace presente y eficaz en la celebración de la Eucaristía. Por eso los católicos, y que lindo, todas denominaciones cristianas, nos reunimos en el DOMINGO.
Una de las fiestas en que se reúnen los fieles aparte del Domingo es la fiesta de Corpus Christi. Lo propio de “Corpus Christi” es la procesión por las calles para demostrar “Dios está con nosotros”; no está encerrado en la Iglesia, está donde viven sus hijos. Este año será con triste pena porque lo propio de esta fiesta, de llevar el Cuerpo de Cristo por las calle es prohibido.
El evangelio nos hace presente la pregunta de judíos que expresan su duda y su desconformidad hasta su rechazo y el abandono de Jesús quién les contestó: “Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes” (v.53). Nos ayuda a aceptar que por la libertad que Dios nos ha dado siguen hermanos nuestros que no aceptan este regalo de Dios que es un anticipo del Banquete nupcial del cordero de Dios. En Apocalipsis capítulo 19, versículo 9, dice: “Escribe: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero””. Y añadió: “Estas son las palabras verdaderas de Dios”.
San Agustín decía: Nadie recibe el Cuerpo de Cristo si no lo ha adorado primero.
Por eso tenemos momentos de adoración al Santísimo Sacramento y nos consagramos al Sagrado Corazón de Jesús para que el Señor, transforme nuestro corazón según su Sagrado Corazón.
El Evangelio es alegría. ¡Anúncialo! Y la bendición del Dios uno y trino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre ustedes.