P. José Cervantes: “El Resucitado, liberador de todos los miedos”

El miedo a la pandemia

El segundo domingo de esta Pascua se celebra en una situación muy diferente a la de otros años. En el calendario cristiano es un domingo en el que seguimos celebrando la gran alegría de la Iglesia por la resurrección de Jesucristo. Sin embargo, este año está marcado por el miedo que afecta a todos los seres humanos en el mundo entero ante la situación de pandemia generada por un minúsculo e imperceptible coronavirus, que parece haberse asentado como rey en el trono diabólico que controla y amenaza a todos los hombres de la tierra. Todavía no se conoce con precisión el origen de la expansión de este caballito de Troya universal que, a hurtadillas y de incógnito, va tomando posesión de los cuerpos humanos en todos los países del mundo, aunque en unos más que en otros. A España, Estados Unidos e Italia les ha tocado la peor parte.

Encerrados y amenazados

Casi todos nosotros estamos encerrados en nuestras casas por miedo, como los discípulos en el Evangelio de hoy, porque todos estamos realmente amenazados de muerte. Esperamos que sea la presencia del Resucitado la que nos libere también del miedo a la muerte y de todos los miedos particulares, nos de la paz y nos llene de alegría con su Espíritu, para ser testigos del Evangelio y contagiemos el mundo de esperanza.

La presencia del Resucitado

La palabra de Dios de este domingo anuncia esa presencia de Cristo Resucitado. El evangelio de Juan la anuncia a través del relato de la doble aparición del resucitado a los discípulos y a Tomás  (Jn 20,14-31). En este texto se pueden destacar tres elementos teológicos fundamentales: la presencia de Jesús que muestra la identidad del crucificado y resucitado, la donación del Espíritu del Resucitado a los discípulos para hacerlos partícipes de la misma misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y la gran dicha de la regeneración de la vida por la fe (1Pe 1,3-9) comunicada por la Iglesia mediante el testimonio y la palabra.

La paz y el Espíritu del Resucitado

Jesús comunica la paz al mundo como primera palabra de su mensaje pascual. En medio de los miedos del mundo Jesús resucitado se hace presente en medio de nosotros para reiterarnos su mensaje de paz. La paz se construye con Su Espíritu Santo, de sacrificio, de perdón, de entrega, de fidelidad a la verdad, de solidaridad con los últimos, de servicio a todos y de liberación de los pobres y marginados. Ese Espíritu es el que Jesús comunica. El evangelista Juan cuenta la comunicación del Espíritu Santo por parte de Jesús de manera mucho más personal que Lucas en pentecostés, pues Jesús transmite como un nuevo aliento: “Reciban Espíritu Santo”. Lo que reciben los discípulos es el mismo Espíritu de Cristo.

Para generar una cultura del perdón

El primer fruto del Espíritu Santo es la capacidad para perdonar y para hacerlo en nombre de Dios. El perdón de Dios es el gran don del Resucitado a su Iglesia para que ésta lleve a cabo la evangelización en el mundo y para ser en el mundo instrumento de la paz. Generar una cultura de Perdón, donde se sepa pedir perdón y perdonar, es una gran tarea de la nueva evangelización, especialmente en los contextos sociales, donde la palabra “perdón” apenas forma parte del lenguaje habitual y cotidiano.

Dichosos los que creen sin haber visto

La falta de fe de Tomás revela dos aspectos que pueden servirnos a nosotros para revisar nuestra propia fe. Tomás no cree en la comunidad de la Iglesia que transmite claramente la fe: “Hemos visto al Señor”. Tampoco cree en Jesús hasta que lo ve físicamente con las marcas indiscutibles de la cruz. El evangelista repite todos los datos de la primera aparición y reorienta la atención hacia la grandeza de la fe, que consiste en la acogida del mensaje de los apóstoles y en la superación de la percepción de los meros sentidos para experimentar la presencia del Resucitado en la Iglesia. Con la fórmula de una bienaventuranza al estilo sapiencial concluye Jesús sus palabras a Tomás: “Dichosos los que creen sin haber visto” y felicita así a los creyentes de toda la historia, también a nosotros.

La novedad de la vida eterna está en la entrega de Jesús

El resucitado marca una ruptura con la historia ya que la novedad de vida que él tiene y que comunica a los hermanos ya no está sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que vivió Jesús hasta el sacrificio en su vida mortal, con su mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Por eso Dios Padre lo resucitó de entre los muertos y a través de él sigue regenerando a los seres humanos y comunicándoles vida, alegría, paz, perdón y fraternidad.

El Espíritu de las comunidades cristianas

Estos son los grandes dones del resucitado a través de su Espíritu que, desde el principio de la Iglesia, va suscitando comunidades cristianas vivas caracterizadas por la comunión fraterna, la escucha del mensaje apostólico, la celebración eucarística, la oración y la solidaridad en el compartir los bienes (Hech 2,42-47). Con el Espíritu del Crucificado y Resucitado los Apóstoles y los hermanos daban testimonio de la alegría del Señor Jesús, realizando signos y prodigios y generando ese nuevo estilo de vida que sirve como patrón de referencia de la Iglesia de todos los tiempos: la comunión de bienes, las relaciones de gratuidad y de servicio, la vida agradecida, el espíritu permanente de perdón, la atención solícita a las necesidades de los otros, especialmente de los pobres y de los que sufren, la acción de gracias a Dios y la Eucaristía. Este estilo de vida es eminentemente misionero y comunica tanta vida y alegría que muchos otros se adherían a la fe y se incorporaban a la Iglesia.

La regeneración infunde esperanza y alegría

La primera carta de Pedro (1 Pe 1,3-9) expresa la significación de la resurrección de Cristo en la vida humana con una palabra genuina y única en el Nuevo Testamento: la regeneración. La acción de regenerar es como una nueva creación de parte de Dios. La regeneración empieza con la vivencia del perdón misericordioso de parte de Dios que infunde una esperanza viva. Y con la esperanza va la alegría. La fe en Jesucristo suscita una alegría inefable que ni siquiera las condiciones adversas de la vida humana pueden arrebatar. Es la alegría en medio de la prueba del sufrimiento, aspecto paradójico del testimonio cristiano. En el amor personal a Cristo y en la adhesión firme a su pasión como manifestación extrema del amor radica la autenticidad de la fe.

Libres de todo miedo en medio del sufrimiento

Con la imagen del aquilatamiento del oro, la carta de Pedro pone de relieve lo más genuino de la fe cristiana, pues la prueba de fuego de la fe es el sufrimiento y el dolor. En los diversos sufrimientos de la vida humana, como en los de esta pandemia mundial se acrisolan las actitudes y los valores más dignos de la existencia verdaderamente humana, tales como el amor a fondo perdido a los enfermos, la solidaridad con los excluidos de la tierra y la lucha incansable a favor de los que sufren. En la confrontación con tanto dolor es donde, con la fuerza del Espíritu, se puede mostrar la excelencia incomparable de la fe auténtica, de la alegría inefable y de la resistencia incombustible, libre de todo miedo. A eso estamos llamados los cristianos.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)