Pan con cruz

P. José Cervantes: “En defensa de la vida y de la dignidad humana”

Un punto culminante del evangelio de Lucas que vamos leyendo a lo largo de este año es el pasaje de este domingo (Lc 9,18-26). En él Jesús plantea abiertamente la cuestión de su identidad, muestra a los discípulos su destino y los invita a un seguimiento radical. Esta escena permite dividir la obra de Lucas en dos partes muy bien diferenciadas, las mismas que se apreciarán en los evangelios de Mateo y de Marcos, si bien en Lucas la segunda es considerablemente más amplia en virtud de su largo camino a Jerusalén.

La primera parte de los evangelios presenta a Jesús como mensajero del Reino de Dios y su actividad es la que hace cercana, próxima e inminente la llegada de ese Reino. Durante el tiempo de su actividad pública Jesús ha realizado una serie de prodigios propios de los tiempos mesiánicos. A través de estos signos, quienes los presenciaron y quienes los conocemos mediante el relato evangélico, podemos preguntarnos qué clase de hombre es éste y de dónde le viene su fuerza y su poder.  En el marco de la oración de Jesús, como es habitual en Lucas, para mostrar la intimidad maravillosa del amor en Dios, ante la pregunta abierta de Jesús acerca de su identidad, la gente opina que Jesús es Juan Bautista, Elías o algún profeta que ha resucitado, puesto que habían visto cómo dio vida al hijo de la viuda de Naím. Pero Jesús interpela a todos: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”.

Pedro fue capaz de confesar que Él era el Mesías de Dios.  A diferencia de los otros evangelios, Lucas afirma el carácter divino de este Mesías. No es el Mesías de la gente, ni el de la tradición religiosa, ni el esperado, ni el imaginado, sino el de Dios. Sin embargo, no eran conscientes aún de las implicaciones y consecuencias que ese reconocimiento llevaría consigo y Jesús empieza a instruirlos inmediatamente acerca de sus concepciones mesiánicas y religiosas. Por eso Jesús increpa a los discípulos y les manda que no digan todavía nada a nadie, pues si bien es verdad que Jesús es Mesías, lo es de una forma sorprendente para todos, y eso es lo que Jesús, profeta que ve en profundidad la realidad de la vida y también la suya propia, revela qué tipo de Mesías es el de Dios.

El primer anuncio de su muerte en la cruz como destino ineludible de su actuación mesiánica es la paradoja de esta revelación. Lucas introduce un elemento propio y reiterado en todo su evangelio, que da una profunda comprensión profética a su destino, pues anuncia su Pasión y su Rechazo como algo que tiene que ocurrir y, por tanto, algo que forma parte del plan previsto por Dios. Jesús es consciente de que todos los poderes de este mundo lo rechazarán, pues su palabra profética desenmascara toda mentira humana y no lo aceptarán. La cruz no es un capricho de Dios ni de nadie, sino una consecuencia inherente, y sólo por eso necesaria, a la fidelidad de Jesús. Los discípulos han reconocido al Mesías pero no han percibido las consecuencias y las exigencias de un mesianismo que acabará en la cruz por anteponer el Reino de Dios y su justicia al templo y al sistema del culto y por colocar al ser humano necesitado en el centro de atención de la vida religiosa.

Este Mesías de Dios, que es Jesús, va a ser rechazado por las instancias de poder del mundo, por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, que representan al poder social, religioso, cultual e intelectual. Al Mesías misericordioso y cercanísimo a los que sufren, a los pobres, a los extranjeros y a los marginados lo van a rechazar los que ostentan los poderes de este mundo. Para ello no tendrán escrúpulos en mentir, engañar, embaucar, corromper, comprar conciencias, tergiversar palabras, difundir bulos infundados, y finalmente condenar al inocente y al justo, aunque sea el Mesías de Dios. Y lo mismo que le ocurrió a Jesús le ocurre y le puede ocurrir a sus verdaderos seguidores también hoy, tanto a los obispos y sacerdotes con espíritu profético como a los laicos y religiosos que dan la cara públicamente por el Evangelio y por sus valores con testimonio firme.

En Bolivia, un país de gran diversidad cultural y étnica y de una pluralidad de comunidades indígenas, se han promulgado o elaborado leyes cuyos fundamentos son importaciones del mundo de la aparente “progresía” del mundo capitalista, moralmente decadente. Recordemos a la niña que hace unos quince días nació viva con veintiséis semanas de gestación a pesar de querer interrumpirla… Por muy indígena que aparente ser un Estado, no sabemos cómo se pueden sostener ante los valores de las culturas indígenas leyes que favorecen el aborto. Sin embargo los creyentes cristianos, cuando por amor a todo ser humano defendemos la vida de toda persona, desde su concepción hasta su muerte natural, en contra del aborto y de la cadena perpetua, apostamos, como Jesús, por la vida y la redención de toda persona, pues no hay ningún hijo pródigo al que demos jamás por perdido para siempre.

Cuando, por amor a todo ser humano, defendemos la dignidad inalienable de cada persona en la identidad que le ha sido dada por Dios con su vida biológica, y cuya seña genética, en cuanto varón o como mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, está hasta en los cromosomas que la definen en cada célula del cuerpo humano, apostamos por el respeto y la atención debida a toda persona en su condición individual y en su situación particular, por paradójicas y sorprendentes que éstas sean y no manifestamos ningún tipo de rechazo a situaciones personales excepcionales, las cuales, por el contrario, siempre y por amor deben ser verdaderamente atendidas con mayor cuidado y con todo respeto.

La invitación final del evangelio a “tomar la cruz y a seguir a Jesús” no es que abarque son dos cosas distintas sino una sola, porque la una implica la otra. El verbo “seguir” es típico de los evangelios  y significa mantener una relación de cercanía a alguien, gracias a una actividad de movimiento, subordinado al de esa persona. Tomar la cruz es la consecuencia vinculada directamente al seguimiento radical: “Si uno quiere seguir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, y tome su cruz cada día y me siga” y ha sido ejemplificada particularmente en la escena del Cirineo que tomó la cruz de Jesús y lo siguió.

Tomar la Cruz implica un cambio de vida continuo de renuncia a uno mismo para entregarse a la persona de Jesús y seguir sus huellas en una trayectoria de vida, marcada por los pasos que él nos ha trazado para anunciarnos el Reino de Dios, hasta dar la vida por su causa. Mas la referencia personal a Jesús acompaña a los dos verbos. No se trata de ir a la deriva por el mundo sino con Él y detrás de Él, siguiendo sus pasos, sus enseñanzas, su evangelio y con Su cruz. No nos inventemos más cruces ni sacrificios, pues bastantes cruces hay ya en nuestro mundo. Sólo debemos abrir los ojos para percibirlas y allí actuar como Cirineos. Tanto la cruz como el seguimiento radical no se pueden entender bien si no van acompañados de un profundo amor a Jesús.

Lo que en los Evangelios se presenta como seguimiento a Jesús, el Mesías de Dios, yendo detrás de él y adonde él nos encamine, en Pablo se expresa de manera formidable subrayando la identidad personal desde la vinculación estrecha al Mesías. Cinco veces aparece la palabra “Mesías” en los cuatro versículos de hoy (Gál 3,26-29). Por la fe en el Mesías, es decir, por la adhesión firme y convencida al Mesías de Dios, somos hijos de Dios, somos del Mesías, por el bautismo hemos sido incorporados al Mesías, nos hemos revestido con el Mesías y somos uno en el Mesías. El juego de las preposiciones nos permite contemplar la enorme riqueza de la relación con el Señor Jesús, que nos da una identidad totalmente nueva. Por amor a Jesús, a quien seguimos con su cruz, y porque somos del Mesías, los creyentes hemos de mirar a los que entre nosotros llevan la cruz: los enfermos y ancianos, los inmigrantes y marginados, los pobres e indigentes, los condenados a una muerte lenta por carencia de medios de vida en un planeta que podría alimentar a otra humanidad más que hubiera, los niños abandonados, explotados y maltratados, los eliminados antes de nacer, las mujeres maltratadas o golpeadas, los despreciados o mal vistos en nuestras sociedades, los encarcelados y todos los descartados. Todos ellos forman parte de la vida de cada día y el compromiso con ellos, y con la cruz, debe ser continuo y permanente. Como el Cirineo, tomemos estas cruces como nuestras por amor a Jesús, para que nuestra fe se avive y nuestro seguimiento como discípulos sea más fiel.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)

 

[Fuente: Infodecom]