Padre nuestro en hebreo y arameo

P. José Cervantes: “La oración misericordiosa de Jesús”

El regateo de la misericordia divina y la oración de Jesús en la cruz

Las lecturas de este domingo en la Iglesia proclaman la excelencia de la oración como mediación única del triunfo de la misericordia divina sobre toda la miseria humana. Al regateo de la misericordia protagonizado en el libro del Génesis por Abrahán ante Dios por las culpas de la humanidad irredenta (Gn 18,20-32) le faltaba un último paso. Abrahán se quedó en cinco, apelando a la justicia y a la misericordia de Dios, pero por si no hubiera ni siquiera cinco justos en las ciudades del mundo, que es donde se quedó Abrahán, Jesús mismo aparece como el hombre realmente justo en la cruz, tal como reconoce el centurión pagano al pie de la cruz en el evangelio de Lucas, y así aquel regateo de la historia culmina en Jesús, por quien Dios ha perdonado los pecados de todos. En Jesús, el único justo, todos los injustos tienen acceso a la salvación. Y por eso Jesús intercede por todos en la cruz orando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Con este perdón de Cristo, pedido y concedido en la cruz, con la oración misericordiosa de Jesús empezó la nueva humanidad.

La oración es clave para vivir la fe

En el camino a Jerusalén Jesús enseña hoy que la clave para vivir en la fe es la vida de oración, en la que insiste el evangelio de Lucas, especialmente hoy, cuando Jesús enseña a los discípulos cómo tienen que orar. El texto abarca tres partes: la enseñanza de la oración dominical, la parábola del amigo inoportuno y la invitación a pedir al Padre, sobre todo, el don del Espíritu Santo (Lc 11,1-13). La parte central, la de la parábola, es exclusiva de Lucas, mientras que la oración dirigida al Padre y la insistencia en la petición están también en Mateo y, desde una perspectiva histórico-literaria de la formación de los evangelios, se puede decir que ambas proceden de la fuente de los dichos del Señor (la fuente Q).

La oración de Jesús al Padre

En Lucas, el evangelio de la oración, la oración de Jesús, de la cual hace partícipes a los discípulos, es más breve que en Mateo y se concentra aún más en el Padre, sin las notas eclesiales, propias de Mateo. En Lucas podríamos decir que no se trata específicamente del Padrenuestro, sino de la oración al Padre Dios, cuyo Reino y nombre se invocan para hacer hincapié en la petición del pan para cada día, del perdón de los pecados y de la liberación de la tentación. Así la petición del pan constituye en Lucas el tema central de la oración del Señor y el hilo conductor de las tres partes del relato lucano.

El pan siempre es invocado como “pan nuestro”, solidario y para todos

El pan es un elemento esencial para la vida humana y se refiere a todo lo que es necesario para el sustento de la misma. A diferencia de las otras peticiones de la misma oración, la petición del pan antepone la palabra pan al verbo correspondiente, resaltando así el énfasis puesto en el mismo. El pan es reconocido como un don que viene de Dios y por eso se pide, pero no sólo para el individuo, sino para la comunidad humana. Con el pan se introduce la palabra “nuestro”, de modo que queda de manifiesto la conciencia y corresponsabilidad de los discípulos en el compartir los bienes, reconociendo el don de Dios en ellos y el compromiso solidario con toda la humanidad. Rezar hoy la oración del Señor es comprometer la vida en un pan compartido, especialmente entre los que no tienen lo necesario para vivir. También esta oración es verdadero Evangelio que nos enseña a llamar a Dios Padre e implorar su Reino en el que no falte el pan y que éste sea siempre compartido como pan “nuestro”. La confianza en el Padre es tan grande que el pan necesario se pide cada día, sin necesidad de acumular para el mañana, ni de empacharse en el hoy, pues el Padre es quien cuida de nosotros.

Pidan y se les dará el pan del Espíritu Santo

La parábola del amigo inoportuno que pide pan de noche muestra el valor de oración y de la petición, a tiempo y a destiempo, pues todo lo que es necesario se le dará al que confía en  Dios. Por eso “pidan y se les dará”. Sin embargo, el final de la enseñanza revela que lo que verdaderamente hay que pedir al Padre, lo que realmente es esencial para la vida es el Pan del Espíritu Santo, ese pan que en la comunidad cristiana se vive en cada Eucaristía como Pan transformado y que transforma.

La oración misericordiosa de Jesús al Padre

Mas la enseñanza de Jesús sobre la oración y sobre la misericordia culmina con sus propias palabras en la cruz donde él nos da ejemplo y abre su boca como un niño inocente para orar al “Padre” y suplicar su perdón. En realidad el Padre fue el motivo de toda la existencia de Jesús, de su predicación y de su reino. En la oración dominical, hemos visto que Jesús concentra su atención en el Padre y en la venida de su Reino, que constituyen el motivo de su alabanza. Pero la Pasión de Cristo en Lucas es, toda ella, una oración, es decir, el momento por excelencia de la apertura al Padre para recibir el don del Espíritu. Una de sus plegarias constituye su oración más misericordiosa.

¡Padre! ¡Perdónalos!

Jesús pronunció en la cruz una súplica sorprendente y reveladora: ¡Perdónalos! El que no cometió pecado alguno, el que no hizo mal a nadie, pidió perdón en la cruz.  Pero implorar el perdón para sus propios verdugos es el colmo de la misericordia. Dios, Padre de misericordia, quedó retratado en la parábola del hijo pródigo. A este Padre misericordioso se dirige este Hijo, misericordioso como el Padre, pero no para pedir perdón por él sino por sus hermanos y hermanas, por todos los seres humanos, también por los criminales, asesinos, ladrones, embusteros, corruptos, de aquel momento y de toda la historia. Por los que jamás pedirán perdón a Dios, Jesús pronunció una palabra en nombre de ellos e intercediendo por ellos porque esta palabra es más necesaria que cualquier otra. Jesús anticipó en la cruz su perdón para quienes lo mataron, cumpliendo lo que había dicho en su enseñanza sobre el amor a los enemigos. Éste es el plus de la gratuidad, del amor indebido al otro, que Jesús enseñó y ahora consuma en la cruz. Jesús es la misericordia hecha carne.

La petición de perdón por parte de Jesús era necesaria

Jesús en la cruz es como el Padre, pero hace de hijo por el resto de los hijos, sobre todo, por los que no pidieron ni pedirán perdón jamás. La petición de perdón del Hijo es una palabra necesaria, que nosotros repetimos en el padrenuestro, porque el Dios de la misericordia entrañable y el Dios de la justicia no pueden entrar en contradicción con el Dios del amor que se goza en la verdad. Al decir “perdónalos”, Jesús dejó abierta para siempre la puerta de la verdad. Una verdad sin tiempo, que él dejó dicha, en nombre de los que, ni entonces ni ahora, son capaces de reconocer la verdad de su culpa. Sin embargo, él sí percibió esa verdad de la culpa y, como auténtico samaritano de todos los hijos pródigos de la historia, dejó un saldo abierto ante el mesonero mayor del mundo y Padre de todos.

Jesús, el justo e inocente, ganó el regateo de Abrahán de la misericordia divina

La verdad de todas las heridas de las víctimas humanas ha quedado saldada y pagada de una vez por todas en virtud de esta palabra mediadora de Jesús, que no oculta la verdad del pecado humano y que intercede por todos. Sólo de un justo e inocente como Jesús se puede esperar una bondad que nos supera de esta manera tan desbordante. Aquel regateo pendiente desde Abrahán lo ganó Jesús para siempre. Jesús es el mediador de una Alianza Nueva. Al contemplar a Jesús en su misericordia infinita, que él nos ayude a perdonar siempre y a seguir intercediendo por los que jamás reconocerán sus culpas: ¡Padre, perdónanos y perdónalos!

Con la muerte y resurrección de Cristo nuestros pecados son perdonados

La tradición paulina expresa con categorías propias la fuerza enorme de la fe, que nos hace partícipes de la vida con Cristo, pues con él fuimos sepultados, con él fuimos resucitados y con él fuimos vivificados, habiendo sido perdonados de todos nuestros pecados (Col 2,12-14). El autor de la carta lo dice con términos sumamente potentes, pues mediante el prefijo con- antepuesto a los verbos sepultar, resucitar y vivificar vincula la identidad nueva de los creyentes al acontecimiento histórico de la muerte y resurrección de Cristo, momento en el que comenzó realmente una nueva creación que tiene la misma vida de Cristo resucitado. Es la transformación más importante que la obra de Cristo llevó a cabo, pues por medio de la fe en él, ya somos capaces de vencer, con la fuerza de su Espíritu, toda fuerza mortífera, destructora o aniquiladora del ser humano.

Pidamos al Padre el Pan y el Espíritu Santo

Pidamos también al Padre que del Pan Eucarístico venga el don del Espíritu Santo y que nos impulse a todos los creyentes a ser testigos convincentes del amor de Cristo.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)