“Zárate Willka en el billete de 50 bs. es hurgar la herida y hacerla sangrar una vez más” Padre Bernardo Gantier, Historiador

Arquidiócesis de Sucre 16.10.2018//CORREO DEL SUR//Las repercusiones por la inclusión del indígena Pablo Zárate Willka en el nuevo billete de Bs 50 continúan en Chuquisaca con posiciones divididas. Sus detractores la consideran una “barbaridad histórica”, los defensores, como una acción acertada, y una tercera posición la señala como una herida que se vuelve a abrir.

El sacerdote e historiador Bernardo Gantier recordó que el caudillo indígena fue reclutado por su compadre, el entonces coronel Manuel Pando, para luchar a favor del ejército paceño que iba contra el gobierno pacifista de Severo Fernández Alonso. El ejército constitucional fue acosado constantemente por las tropas del conocido como “El temible Willka”, combatiendo en varias oportunidades. El batallón de Sucre estaba compuesto por estudiantes de los últimos cursos de colegio y de la Universidad San Francisco Xavier. 

En la iglesia de Ayo Ayo, 23 heridos fueron refugiados, ayudados por el padre Juan María Fernández de Córdova, el “Tata Juanito”, y los párrocos de Viacha y Coro Coro; sin embargo, fueron rodeados por la multitud enardecida de los indígenas y la noche del 24 de enero de 1899 ingresaron al templo donde masacraron al ejército chuquisaqueño “de la manera más cruel”, e incluso hubo casos de canibalismo. Gantier recordó que en su memoria, Sucre levantó un monumento en el Cementerio General.

En su criterio, manifestó que le causa “mucha pena” destacar su imagen en el corte de Bs 50 porque el verlo es como “hurgar la herida y hacerla sangrar una vez más” y más aun tratándose de una guerra civil que de todas las guerras “son las que dejan más secuelas y más dolor porque han sido contra hermanos”.

HISTORIA DE BOLIVIA

LA MASACRE

Después de la batalla del primer crucero del 24 de enero de 1899, las derrotadas fuerzas alonsistas se retiraron a descasar y curar sus heridas en el pueblo de Ayo Ayo. La selecta juventud chuquisaqueña no sabían el final trágico que les esperaba en ese sitio.

El doctor Antonio Dubravcic Luksic en su artículo “LA GUERRA FEDERAL” – MASACRE DE COSMINI Y AYO AYO– publicado en http://www.geograficasucre.8m.net escribe de la siguiente manera:

“…Los heridos en el combate de Cosmini se quedaron en Ayo Ayo. Al atardecer, más de un centenar de comunaríos rodearon el pueblo, tomaron la plaza principal y el hostigamiento a los heridos que se encontraron refugiados en el templo.

Ayo Ayo, en una aparente tranquilidad, se notaba que algo terrible fuera a ocurrir, se dice que un manto plomizo cubría el cielo, se escuchaba el ulular de los chiflones del viento, haciendo mover los pajonales del altiplano.

El Templo de Ayo Ayo, servía de asilo y hospital a los heridos, donde los curas franciscanos, trataban de mitigar el dolor de los heridos, lavándoles con trapos empapados de agua, afuera, los vecinos se preparan asegurando sus puertas, para no ser agredidos.

Don Camilo Blacut, chuquisaqueño, pero vecino de esa localidad, decide protegerse en el Templo, junto a sus dos pequeños hijos, mientras en las cercanías del lugar, expectantes, agazapadas, las hordas de Zárate Willca, esperan la orden de ataque.

De pronto, rompiendo el silencio pesado, se escucha gritos salvajes, confundidos con el sonido de miles de pututus, los brutos saltan de sus posiciones, rostros cobrizos atizados por el sol, cubiertos con “wayrurus” y sombreros rústicos, invaden las calles de Ayo Ayo, atacan las casas, arrojando antorchas a los tejados de paja, los vecinos, aterrados les abren las puertas para ofrecerles alcohol, con la creencia de no ser dañados.

La indiada, ingresa a las casas atropellando, se apodera de las botellas, para luego beber como si fuera agua, se embriagan más de lo que estaban, en ese estado, se acercan al Templo Sagrado, gritos y saltos demoníacos se nota en estas hordas, al estilo de los “Hunos” de Atila, comienzan a destrozar la puerta, adentro, el padre Jesuita Juan F.de Córdova, capellán de la tropa, reza el “Padre Nuestro”, los soldados ven azorados a la indiada beligerante. Una vez abiertas las puertas del Templo, se abalanzan sobre don Camilo y sus dos hijos, son arrastrados al centro de la plaza, allí, sobre una roca, lo tienden como para hacer un sacrificio humano, le arrancan la lengua, le vacían los ojos, le cae golpes de “makanas”, don Camilo, muere horrendamente en medio de un charco de sangre, y ante los gritos desesperados de sus pequeños.

No satisfechos con este horrendo acto, se dirigen al Templo en busca de más víctimas, el padre Fernández de Córdova, sale al atrio portando en las manos un crucifico, lleno de terror y mostrándoles la cruz, exclama: “Háganlo por él, no nos maten, todos somos hermanos”. ¡Dios los castigará! Todo fue en vano.

El padre Fernández de Córdova, es levantado, luego conducido al centro de la plaza, con golpes de hacha le cercenan los pies, con un tajo de cuchillo le abren su pecho, para arrancarle el corazón, que palpitante aun, desaparece entre los dientes de un caníbal del altiplano.

Los curas franciscanos, son apresados mientras rezaban en el altar, los malditos se abalanzan sobre ellos, y de inmediato les cae golpes de hachas.

Finalmente son degollados, sus cabezas, son arrojadas de un lado a otro, haciendo un juego macabro, con gritos salvajes de los beodos.

El Coronel José de Ávila, se esconde en el sepulcro destinado a la imagen de Cristo, los malditos no respetan el lugar, le sacan, de inmediato recibe puñaladas, dándose fin a su vida, en medio de la algarabía, de estos “Atilas” del altiplano.

Melitón Sanjinez, herido en una pierna, recibe en pleno rostro el impacto de la punta de una picota, crujen sus huesos de su cara, muere instantáneamente, el pico, quedó clavado en su rostro.

Félix Morales está siendo mutilado, desaparecen sus pies y manos, luego lo rematan degollándolo.

Víctor Betancour, Ismael Roncal, Eladio Fiengo y Eulogio Selvas, son colgados desnudos boca abajo en las vigas, con cortes de cuchillo son vaciados sus intestinos, quedan como animales faenados.

A Ricardo Alba, Belisario Lora, Miguel González, Jorge Campero, y Mariano Matienzo, ya muertos, con los brazos colgantes, están siendo arrastrados, atados sus pies con cables de telégrafo a los caballos, para luego ser arrojados a las hogueras.

A Calixto Risco, lo están degollando, luego su cabeza es mostrada, por un janigua embrutecido.

Abel Benavides, trata de huir, un certero hachazo en la nuca lo deja en seco. A Pastor Castro, Zacarías Urizar, Claudio Sucre y Adrián Pacheco, “les están arrancado sus lenguas”, los borbotones de sangre no los deja respirar, con picos y hachas dan fin a sus vidas, para luego ser clavados en los muros.

Dos muchachos esperan su turno con terror, bien abrazados en un rincón, a Andrés Loza, en poco tiempo lo rematan a machetazos. Su hermanito Belisario, de 12 años, que se quedó a cuidarlo… ¿y de ese niño?… en breves minutos, ¡sólo quedan sus huesos!… ¿Y la carne?… ¡¡Horror!!.

¡¡Lugentes Campi!! ¡¡Campos de dolor!!

La iglesia con las puertas abiertas de par en par, se inunda con la sangre de estos infortunados. El altar se convirtió en piedra de suplicio, ya muertos los victimados, siguen recibiendo golpes, que se sienten sordamente en el ambiente

Todo ha terminado; ahora, solo se siente el hedor de los alientos, el hacinamiento de la indiada, los caníbales del altiplano, brindan con alcohol su macabra tarea, se escucha sonidos guturales, de sus belfos babosos.

Los lobos humanos abandonan el templo, el silencio invade el lugar, sólo se escucha el gemido del viento, como si fuera un llanto aterrador, las vigas de madera, crujen con el peso de los cuerpos colgados, que se balancean en un vaivén, lento y macabro.

Brazos, piernas, cabezas, cuerpos descuartizados, revolcados en charcos de sangre, esparcidos por todo el atrio, que hace días, servía para elevar una oración, ahora, se convirtió en un matadero baldío, lúgubre, tétrico y espeluznante, un escenario dantesco, sembrado de cadáveres mutilados, junto a imágenes religiosas, manchadas de sangre, mudos testigos del dolor y el horror…”