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P. José Cervantes: “La Ascensión del Señor del cielo y de la tierra”

El día de la Ascensión

Hoy es el día de la Ascensión del Señor.  De igual manera que en la resurrección se celebra el triunfo de Jesús sobre la muerte y sobre todo lo que ella lleva consigo, es decir, sobre el pecado y el mal que tenía atrapada a la humanidad como en un callejón sin salida, desde las categorías históricas de un acontecimiento temporal, asimismo la ascensión es la representación en categorías espaciales de dicha victoria y nos permite la contemplación de ese misterio a partir de los relatos bíblicos que narran que Jesús es elevado al cielo junto a Dios Padre y, sentado a su derecha, participa de su misma gloria.

Dios levanta al crucificado

En los dos textos sobre la ascensión (Lc 24,50-51; Hch 1,3-11) queda de manifiesto la exaltación gloriosa de Jesús, que sube desde esta tierra al cielo. Para ello Lucas se sirve de motivos y esquemas literarios y teológicos del Antiguo Testamento, relativos a la ascensión de Elías (2 Re 2,1ss.), al día del Señor (Mal 3,23), al Hijo del Hombre (Dn 7,13) y al doble proceso de humillación y exaltación de la figura del siervo de Dios en el cuarto cántico de Isaías (Is 53), a la glorificación del justo sufriente (Sab 5,1-5), así como a la entronización del Mesías (Sal 110,1) y a la elevación del desvalido y del pobre (1 Sam 2,6-10). Es significativo el hecho de que esos ascensos son realizados siempre por Dios. No se trata de un ascenso conseguido sino otorgado por Dios. También con Jesús ocurre lo mismo, lo cual revela el profundo carácter teológico de la ascensión, pues el Dios de Jesús es el Dios que levanta del polvo al crucificado y, en él y con él, al indigente, al pobre y a todos los que sufren (cf. Sal 113,7).

La ascensión, fiesta de esperanza

Con todos estos elementos Lucas subraya la continuidad y la discontinuidad entre el crucificado y el resucitado. Pero en el misterio de la ascensión se pone de manifiesto el cambio total de presencia de Jesús Resucitado en la historia. El relato de la ascensión es de carácter mítico y significa que Dios ha exaltado a la persona de Jesús y ha marcado su vida de entrega hasta la muerte con el sello eterno del amor que da vida y la comunica a todos los seres humanos. Con todo, la descripción lucana no implica tanto la desaparición de Jesús de esta tierra, cuanto su nueva presencia trascendente en la historia a través del grupo de los testigos, los hombres y las mujeres que recibieron un nuevo dinamismo del Espíritu. La ascensión es a la vez una fiesta de esperanza puesto que con Cristo se hace viable la ascensión de todo ser humano para ser y vivir con la dignidad de hijos de Dios. Con Cristo que nos precede hasta el Padre Dios todos ascendemos.

La exaltación del crucificado y la misión universal

En el fragmento final del Evangelio de Mateo (Mt 28,16-20), texto cumbre y clave interpretativa del mismo, Jesús Resucitado se aparece a los Once discípulos en una montaña de Galilea. El protagonista de la escena es Jesús. Todos los elementos resaltan la aparición del Resucitado como una Cristofanía. Con el esquema de presentación de las teofanías, o manifestaciones de Dios, en el Antiguo Testamento en los relatos de vocación-misión, el evangelista Mateo compone una escena de exaltación del Resucitado, que se revela abiertamente como Dios a los Once Discípulos para encomendarles la misión definitiva y universal (Éx 3,9-12; Jr 1,5-8).

El Señor manifiesta su señorío en lo alto de un monte

En lo alto de una montaña de Galilea se revela Cristo Resucitado, como en el Sinaí lo hiciera Dios con Moisés para dar las palabras de la Alianza a su Pueblo por medio de Moisés. El evangelio de Mateo había empezado los discursos de Jesús sobre una montaña, con el Sermón de la Montaña, proclamando la soberanía del Reino de Dios como anuncio de dicha y de alegría para los pobres, para los indigentes y para los discípulos. Ahora, aún en medio de las dudas para creer, los discípulos adoran a su Señor, reconociendo así la divinidad de Jesús. Jesús tiene la iniciativa en la actividad misionera y evangelizadora y por eso se dirige a ellos con un triple mensaje que consiste en la Revelación de su identidad, en el Encargo misionero y en la Promesa de su presencia continua.

El discipulado adora a Jesús glorioso

La autopresentación de Jesús Resucitado corresponde a una presentación divina, como si de un pantócrator bizantino se tratase. Entre el cielo y la tierra, el Resucitado, Señor de la vida y de la historia, abre el camino definitivo de la humanidad hacia Dios. El discipulado adora a Jesús glorioso y escucha sus últimas palabras sobre la tierra, aprende lo esencial de su mensaje y se dispone a anunciar este mensaje a la humanidad.

La misión consiste en hacer discípulos de Jesús

El encargo misional de Jesús consta sólo de un imperativo: “hagan discípulos a todos los pueblos”. El mandato no tiene fronteras, es un envío de carácter universal, que impulsó a los enviados a convertir en discípulos a todas las gentes y pueblos, a todas las etnias y culturas, para hacer una sola familia humana en torno al único Dios y Padre de Jesucristo. Hacer discípulos consiste en dar a conocer a Jesús para hacer que otros lo sigan. Para ello deben aprender el nuevo estilo de vida propuesto por Jesús y estar dispuestos a seguirlo hasta la cruz con todas sus consecuencias. Los otros verbos del encargo están subordinados al de “hacer discípulos”, pues para esto es preciso ir, bautizar y enseñar. La comunidad cristiana no puede quedarse estática contemplando al Resucitado, sino que debe ponerse en marcha e ir por el mundo.

Ir, bautizar y enseñar

Los otros dos verbos, en forma no personal, expresan el modo concreto de hacer discípulos: “bautizando” y “enseñando”. Son actividades íntimamente vinculadas. Bautizar es consagrar a las gentes al Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que se incorporen a la vida del amor que tiene en la Trinidad su más radical identidad, porque Dios es Amor. Pero no se trata sólo de bautizar sino también de “enseñar” todo lo dicho por Jesús a lo largo de los cinco discursos del evangelio de Mateo. La enseñanza del nuevo mensaje de Jesús, acerca del Padre, del Espíritu, sobre el Reino de Dios y su justicia, y acerca de la transformación que debe efectuarse en todo auténtico discípulo y discípula, no es secundaria ni relativa, sino condición indispensable para comprender las implicaciones de la pertenencia al discipulado en el seguimiento del Crucificado y Resucitado.

Presencia permanente de Jesús en el mundo

Finalmente, una palabra que suscita la esperanza, la alegría y el consuelo: Es la promesa de una presencia continua del Resucitado a lo largo de la historia. El Dios con nosotros, Emmanuel, anunciado en Isaías y reconocido en el nacimiento de Jesús, es el resucitado ya glorificado, y está presente en el aquí y ahora de esta historia nuestra. No es sólo una presencia de futuro, sino de presente durativo e inacabado. Su presencia en el mundo está asegurada por él mismo pero la modalidad de su presencia no está enclaustrada en el mundo de los sentidos, sino que es una presencia real y viva. Lo es en forma sacramental en cada Eucaristía y en cada palabra del Evangelio, pero también lo es, aunque parezca imperceptible en cada hermano que sufre en el mundo (cf. Mt 25,30ss).

La presencia del Señor a través de sus testigos

Para los discípulos y para nosotros esa presencia se convierte en la gran fuerza de la misión evangelizadora, como ocurrió en la vocación de Moisés (cf. Ex 3,12). El resucitado glorificado continúa su presencia en esta historia a través de sus testigos. Por eso, como Iglesia, no podemos quedarnos paralizados mirando al cielo, sino que con los pies muy en la tierra, en el amor a los que sufren, y con la fuerza del Espíritu, seamos capaces de ir transformando esta tierra encadenada y doliente en un verdadero cielo de alegría y libertad. Con Cristo ascendemos todos, pues él es la Cabeza de un Cuerpo llamado a vivir la plenitud de la Pascua. La Ascensión del Señor no es la fiesta de un alejamiento del Resucitado ni de una ausencia de Jesús de la historia, sino la consumación de una cercanía de la Humanidad en Cristo junto al Padre, y por ello constituye el horizonte de gloria para la misión permanente y transformadora de la Iglesia en el mundo, que nos impulsa a vivir la religión no yéndonos por las nubes del cielo sino pisando tierra con el corazón puesto en Dios.

Al cierre de esta reflexión me llega la noticia de que Mons. Percy Galván ha sido nombrado Arzobispo de La Paz. Desde aquí nuestra más cordial felicitación con el deseo de que su ministerio episcopal en la Diócesis de la capital de Bolivia dé mucho fruto de vida abundante en el Espíritu del Señor Resucitado. Cuente con nuestra oración por él.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)