Mons. Gualberti consagrando

P. José Cervantes: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

Sal de la tierra y luz del mundo

“Los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13–16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva” (EG 92). Con estas palabras eminentemente misioneras del Papa Francisco en su exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (EG), podemos concentrar la atención en el aspecto nuclear de la palabra de Dios de este domingo en la Iglesia, cuyos puntos claves son el anuncio de Cristo, “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y la expresión “luz de las gentes”.

El Cordero y Siervo de Dios

Acerca del título de “Cordero de Dios” (en griego: amnos tou Theou) aplicado a Cristo sólo se encuentra en este texto del Evangelio de Juan (Jn 1,29.36) y en forma incompleta, sólo con el término amnos, en otras dos citas del Nuevo Testamento (Hch 8,32; 1Pe 1,19). A partir de estos textos la figura del “Cordero de Dios” se puede interpretar como una referencia al Siervo de Dios de Is 53,7 (sufriente, humilde y no violento, al igual que en Hch 8,32) y al Cordero pascual (aludido en 1Pe 1,19), como imagen referida a Cristo cuya sangre tan valiosa en su pasión, como de cordero intachable, es liberadora (cf. Ex 12,5). A través de esta representación de Cristo se puede percibir una tradición primitiva cristiana de origen palestinense, de carácter litúrgico, basada en la tipología de la pascua israelita.

El Siervo de Dios consigue la liberación del pecado

Teniendo en cuenta la referencia al Siervo de Dios en Is 52,3, donde explícitamente queda excluido el precio de un rescate, la orientación de la imagen del Cordero de Dios no lleva consigo tanto la idea de la expiación como la de la liberación, propia del libro del Éxodo (cf. Ex 12,5), de modo que la liberación consiste en quitar el pecado del mundo, el de la humanidad entera, por medio de la Pasión y de una vez para siempre, rehabilitando a los hombres como hijos de Dios y capacitándolos para no pecar más y vivir la Nueva Alianza con Dios. Por ello el Cordero de Dios es el Siervo sufriente de la Cruz, que libera a los hombres del dominio del pecado y los regenera al bautizarlos con Espíritu Santo.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo

Así, la liberación del pecado, realizada por Cristo, el Cordero de Dios, se ha llevado a cabo en la humanidad y es experimentada en los creyentes por medio la fe, sigue el prototipo de la liberación de la esclavitud de Egipto y de la liberación del destierro, pero la trasciende sobremanera al referirla al pecado del mundo. Y de ahí puede derivarse también el sentido triunfante que contiene la figura del cordero soberano, muy frecuente en libro del Apocalipsis, pero ya con otro término distinto (en griego: arnion). A este Cristo vencedor en la cruz y a través de la Pasión es al que invocamos en la oración litúrgica: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”

Luz de las gentes: Cristo y su Iglesia

Por otra parte la expresión “luz de las gentes” tiene su origen también en el profeta Isaías y aparece siempre en los textos del Siervo de Dios (Is 42, 6; 49, 6; 51, 4). El Nuevo Testamento toma esta imagen y la atribuye a Jesús cuando Simeón se encuentra con él en el templo (Lc 2, 32), y a Pablo y Bernabé en los comienzos de la misión evangelizadora de los paganos (Hch 13, 47). Ser luz de las gentes es uno de los atributos esenciales de la Iglesia, porque lo era su fundador y porque lo era la Iglesia naciente. Por eso el Concilio Vaticano II comenzaba así también una de sus cuatro grandes Constituciones, la dedicada a la Iglesia, la Lumen Gentium: “Cristo es la luz de las gentes”. La asamblea conciliar revisaba y exponía la identidad de la Iglesia, manifestándose ante el mundo como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de todo el género humano, y reflejaba así su naturaleza y su misión universal. Por tanto, Cristo y su Iglesia son la Luz de las gentes.

Misión profética y universal del Siervo

El segundo cántico del Siervo de Dios (Is 49, 1–13) tiene su centro en esta proclamación: “Es poco que seas mi siervo, (…) Te hago luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Todo el poema describe la vocación y la misión profética del Siervo: la llamada originaria de Dios, el encargo de transmitir su palabra crítica, como espada y como flecha, sobre las realidades cercanas y lejanas, el fracaso aparente del servidor y la confirmación de su misión de parte de Dios, haciéndola extensiva a todas las gentes.

La liberación de los cautivos y el consuelo de los desamparados

Sin atenuar el carácter propio de Siervo de Dios, el texto resalta, sin embargo, su función como luz para todas las gentes, de modo que se haga visible la liberación de los cautivos y el consuelo de los desamparados de toda la tierra. Con esta figura profética del Siervo podemos considerar la misión profética y testimonial de la Iglesia actual, particularmente en Latinoamérica, donde estamos embarcados en la tarea evangelizadora y misionera específica de la Misión Permanente. La Iglesia, toda ella, está llamada a ser también luz de las gentes, es decir, signo creíble de salvación para las gentes de nuestro tiempo y en todos lugares de la tierra.

La naturaleza misionera de la Iglesia

En este sentido cuando el Papa Francisco ha insistido en la naturaleza misionera de la Iglesia ha expresado que la gracia de la misionariedad es la gracia de “salir de sí y del peregrinar” (EG 124). Por eso exhorta abierta y decididamente: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. […]. Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.” (EG 49). Podemos congratularnos sobremanera con el testimonio específico de mujeres y hombres que por toda la tierra difunden la luz del Espíritu, mediante la entrega de su vida a los que sufren y a los empobrecidos por el sistema social, generador de exclusión y de descarte, en el que estamos inmersos.

La Iglesia más misionera, pobre y al servicio de los pobres

Podemos estar agradecidos a Dios e incluso sanamente orgullosos de pertenecer a una Iglesia en la que un gran número de misioneras y misioneros esparcidos por el mundo constituyen una fuerza espiritual radiante cuya luz está indicando, como Juan el Bautista, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que libera a la humanidad con el don del Espíritu, porque Él es el Hijo de Dios. Esta Iglesia misionera, alineada con los pobres, por amor a Dios y al prójimo necesitado, y servidora de los pobres hace visible por doquier que toda la Iglesia, unida a Jesucristo, es también “luz de las gentes”, es decir, es una instancia crítica permanente ante los poderes políticos y económicos y muestra a Cristo como Cordero pascual que quita el pecado del mundo (Jn 1,29–34) y cuya sangre, desde la tradición del éxodo, es la señal de la liberación humana definitiva y de la nueva vida en el Espíritu.

La misión de todo cristiano es dar testimonio del Hijo de Dios

Nosotros, los cristianos, tenemos la oportunidad de dar testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios pero denunciando al mismo tiempo, como el Bautista, todo tipo de injusticias. Con esta perspectiva de ser como Cristo, con Cristo y en Cristo, “luz de las gentes”, una Iglesia servidora y misionera, desde Bolivia y para toda América se celebró un gran Congreso Misionero en Julio de 2018, el V CAM, que marca la orientación de la pastoral de la Iglesia en este momento allende el océano Atlántico. El desarrollo del mismo con todas sus actividades, contenidos y conclusiones está accesible en la web correspondiente del VCAM.

El Espíritu del Siervo para ser Luz de las gentes

Auguramos que todos los católicos, tanto en América como en todo el mundo, dejemos transformar nuestro interior por el Espíritu del Siervo de Dios y por Jesucristo, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a fin de hacer de nuestra Iglesia, unida en la alegría de Jesucristo, una verdadera Luz de las Gentes.

(José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura)